Capítulo 29

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Vale, ¡tenemos otro capítulo!

Últimamente, me están saliendo algo largos por eso me demoro más tiempo en publicarlos. Este, especialmente, no he tenido tiempo de corregirlo, así que quizás encuentren algunas fallas. Prometo editarlo en estos días.

Como siempre espero que lo disfruten (comenten mucho)  <3

Estiré mi cuello de un lado a otro tratando de deshacerme del molesto dolor con el que me había despertado hoy por la mañana. Había dormido fatal. Me pasé toda la noche dando vueltas en la cama sin poder pegar el ojo y descansar aunque fuese solo unas horas. El resultado de mi desastrosa noche es, además del dolor de cuello, un odioso dolor de cabeza. Necesitaba una pastilla. O dos.

Me pasé las manos por la cara retomando el camino hacia el cuarto piso del hospital. Hace una semana trasladaron a Ben de habitación y como debes estar imaginando no me enteré precisamente gracias a mi madre, lo he sabido gracias a Julia, una enfermera que me vio algo —muy— perdida hoy que he ido a la que creía que seguía siendo su habitación. Masajee mis sienes comenzando a subir las escaleras. El dolor se hacía cada vez más insoportable.

Caminé por el ancho pasillo buscando el número de habitación que me había indicado Julia. Me detuve a medio camino cuando divisé a lo lejos dicho número en la parte superior de una de las puertas. Respiré hondo acercándome. Ni siquiera me molesté en tocar, en mi mente no había ninguna razón para hacerlo, pero a veces las cosas que no parecen tener ningún sentido lo tienen todo y, para mí mala suerte, esta era una de esas veces. 

Solo me bastó dar dos pasos dentro de la habitación para darme cuenta de que no íbamos a estar los dos solos como creí en un principio, había alguien más. Mi mirada fue a parar inmediatamente en la figura femenina que estaba sentada en el sofá individual junto a la camilla, sus ojos estaban fijos en la revista que sostenía entre sus manos. Miré a mi alrededor, indecisa antes de dar otro paso hacía delante. 

Me aclaré la garganta logrando que levantara la mirada. Contuve la respiración cuando nuestros ojos se encontraron. 

—Creí que no había nadie —murmuré lentamente. 

Sus inexpresivos ojos se habían quedado mirándome fijamente de una forma que me ponía terriblemente nerviosa. Hubiera preferido mil veces que dijera algo, cualquier cosa, en lugar de quedarse mirándome como lo estaba haciendo. 

—No sabía que ibas a venir... —añadí, quitándome el abrigo marrón que traía puesto. 

—Llegué hace unos minutos —dijo, al final, dejando la revista a un lado. 

Asentí, apartando la mirada un momento antes de girarme de nuevo hacia ella. 

—¿Y...? —«¿cómo lo estás pasando? ¿has dormido bien? ¿comiste algo antes de venir? ¿quieres que hablemos?» Me ahogue en las preguntas que no fui capaz de pronunciar. Me limité a apartar la mirada una vez más y a dejar que el silencio nos absorbiera. 
Odiaba tanto esto.
 
—Es mejor que me vaya —murmuró de repente. 

La miré de inmediato, incapaz de decir algo. 

—Volveré cuando te hayas ido —continuó sin mirarme, comenzando a recoger sus cosas—. No tardes demasiado.

Me mordí el labio con fuerza en un intento por fingir que sus palabras no me habían dolido. Que la herida no sangraba un poco más a causa de su indiferencia y su intento por evadirme. 

La lista de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora