Capítulo 38

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Las llamadas a medianoche nunca eran una buena señal.

Estaba muy segura de que, de forma inconsciente, o quizás no tanto, todos lo sabíamos. Estaba en la letra pequeña de ese acuerdo universal que todos tenemos sobre la vida; una llamada a altas horas de la noche o a comienzos de la madrugada nunca podía tratarse de buenas noticias. Durante los meses que Mara estuvo en el hospital, mi mayor miedo era que el teléfono sonara durante la noche y que las malas noticias llegaran mientras todos dormíamos. Aquel miedo me acompañó la mayor parte del tiempo, sabiendo que esa llamada podía suceder en cualquier momento. Y al final sí que terminó por suceder, solo que el teléfono sonó muy temprano en la mañana, con los primeros rayos del sol, y con uno de los amaneceres más preciosos que había visto nunca.

A pesar de todo, seguía sin fiarme de las llamadas nocturnas, especialmente de las inesperadas, las que se revuelven con un mal presentimiento tras haber contestado. Así que cuando leí el nombre de June en el identificador de llamadas siendo un poco más de las once de la noche, supe de inmediato que no sería para nada bueno.

Bajé rápidamente del auto que me trajo hasta el hospital y prácticamente corrí hacia el interior. A medida que avanzaba por los pasillos, todo se tornaba más caótico; el personal del hospital estaba por todas partes, camillas iban y venían, sillas de ruedas y demasiadas personas corrían. Entre los murmullos y el bullicio alcancé a escuchar algo sobre un accidente de tráfico que ocurrió hace menos de una hora; al parecer, dos trenes se quedaron sin frenos y se salieron de la vía hasta colisionar contra el suelo. Hay personas heridas. Demasiadas. Escucho gritos que hacen eco por todas partes.

Me detengo de golpe en medio de la sala de urgencias, sintiendo el estómago revuelto, con la certeza de que ni en un millón de años hubiera estado preparada para presenciar algo como esto. El ambiente es simplemente desolador, devastador.

Me confirma la razón por la que nunca me han gustado los hospitales.

—¡Ellen!

Mis ojos buscan entre tanta gente la voz responsable de aquel grito. Hasta el fondo del pasillo, encuentro a June moviendo su brazo en el aire. No dudo en acercarme. Detrás de ella veo a Owen cruzado de brazos, con la mirada perdida en la puerta que está frente a él.

Nada más llegar, June me envuelve en un abrazo.

—Gracias a Dios estás aquí —susurró.

Siento cómo su cuerpo tiembla, dando pequeños espasmos.

—¿Qué sucedió? —pregunto cuando se separa. La detallo con la mirada hasta llegar a sus ojos enrojecidos.

—Todo pasó muy rápido —Su labio tiembla mientras habla—. Yo..., yo ni siquiera estaba mirando, solo escuché el alboroto y... Dios, ni siquiera sé cómo pasó. Todo iba de maravilla y..., y solo un segundo después... —Su voz se corta y se obliga a hacer una pausa para respirar—. Quiero verlo, y no me dejan. No me dejan verlo.

El pecho se me aprieta y un nudo se me forma en la garganta cuando June me abraza por segunda vez. Esta vez con más fuerza. Por encima de su hombro veo cómo Owen nos observa, como la observa, casi como si le doliera verla en este estado. Es la primera vez que percibo un sentimiento diferente al enojo o la irritación en Owen, y es extraño, pero lo ignoro porque en este momento no es importante.

—Él iba ganando, Ellen —murmuró con la voz entrecortada.

Owen apareció en el momento justo para ayudarme a sostenerla cuando casi se desvanece en mis brazos, le pasó una mano por la cintura y la llevó hacia las sillas que estaban detrás nuestro. Me senté a su lado y le acaricié la espalda en un inútil intento por consolarla, mientras que a mí el nudo en la garganta se me apretó un poco más.

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