Capítulo 42

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Nunca me he considerado una persona impulsiva.

Por el contrario, era más de los que preferían mirar el vacío desde una distancia prudente y piensan dos veces en las consecuencias que traerá la caída. Odiaba los riesgos, los espacios en blanco, el no poder tener la situación bajo control. Prefería los límites y pensar con cabeza fría.

Las decisiones impulsivas desataban el caos, y yo no era muy fanática del desorden, aunque mi habitación se empeñara en demostrar lo contrario.

No me consideraba una persona impulsiva hasta hace menos de una hora, cuando tomé mi teléfono e hice aquella llamada sin detenerme a sopesar las consecuencias. Tal vez se debía a que no creí que él realmente fuera a responder, mucho menos que dijera que sí a la descabellada idea que me asaltó en medio de la noche. Quizás, solo se debía a que algo dentro de mí intuía que era lo correcto.

O, tal vez, solo tal vez, aún estaba demasiado dormida cuando le llamé.

Fuera lo que fuera, ya no había vuelta atrás.

—¿Estás segura de esto? —me preguntó Axel.

Seguíamos en su auto. Llevábamos estacionados alrededor de diez minutos, en silencio, solo mirando el exterior, hacia el local de dimensiones pequeñas que se iluminaba escasamente por las letras de color rojo neón que brillaban en la parte superior. Inspire hondo, más nerviosa que hace un minuto

—¿Lo quieres intentar otro día? —Suena cauteloso. Siento como sus ojos me observan—. Podemos irnos, si quieres.

Me relamo los labios, indecisa, porque sí que podríamos, él encendería el auto sin dudarlo si se lo pidiese, y una parte de mi lo quería, huir, tomar el camino más sencillo, pero la otra parte que hoy se siente más viva que nunca sabe que solo es el miedo susurrando en mi oído, alejándome de lo que que quiero, pero que no me atrevo a decir en voz alta.

La mitad de mi vida me la he pasado con miedo, y la otra mitad sin ser capaz de ponerle un nombre a todo lo que llevo dentro. Sentimientos difusos. Pinceladas que apenas soy capaz de diferenciar. Ha sido la incertidumbre y la cobardía jugándome una mala pasada todo el rato. Es por ello que, cuando algo de todo eso empieza a cambiar, cuando mi corazón late más rápido de lo normal, y esas fibras de mi interior se sienten diferentes, me aferro con fuerza. O al menos, lo intento. Sin pensarlo demasiado. Sin culpa. Sin reparar en las consecuencias.

Siendo impulsiva.

—Quiero hacerlo. —Vuelvo a inspirar profundo. Luego, lo miro de reojo—. Estoy casi segura de que sí.

—A mí me pareció que sonabas muy convencida cuando me lo dijiste por teléfono.

—Y lo estaba —convine—. Bueno, lo estoy. Creo.

Pero, después de eso, Axel ya no me veía tan convencido como antes. Se le hizo una pequeña arruga en la frente, me entraron ganas de bórrala con mi dedo.

—Un tatuaje es para toda la vida.

—Lo sé.

—No podrás solo quitarlo si después te arrepientes.

—Comprendo.

—Una marca permanente.

Se le estaba yendo un poco de las manos, lo noté en cómo sus cejas se fruncían cada vez más. Apreté los labios para no reírme.

—Creo que ese el punto de un tatuaje, Axel. 

Soltó todo el aire para después mirarme con esos ojos divertidos suyos.

—¿Te estas quedando conmigo?

Negué con una pequeña sonrisa.

—Para nada. 

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