Capítulo XXXIV: El Camino Hacia la Paz

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"La fuerza de Dios nunca se aparta de Rudra..."

—Rigveda himno 2.33.9.

Sin pensarlo más, Rafael y Miguel atacaron juntos a Ezequiel; el hombre-lobo activo su poder, e intentó atacar con rápidos zarpazos. Pero como era de esperarse el hombre-dragón blanco bloqueo todos usando los antebrazos como escudos, y contraataco con un codazo en diagonal, seguido de un rodillazo con salto incluido, que al conectar en el rostro y pecho de Miguel, lo hizo retroceder.

Luego Ezequiel centró su mirada en el siguiente objetivo; el hombre-oso, quien se acercaba listo para dar un derechazo con todas sus fuerzas, el cual Ezequiel redirecciono a un lado con el antebrazo izquierdo, y contraataco con un codazo derecho ascendente, por debajo de la mandibula de Rafael, seguido de una potente patada vertical derecha, justo en las costillas de éste último.

Sin embargo el hombre-oso no cedió; activo su magia Vida Sagrada con lo último que le quedaba de Maná, y mientras se sanaba a sí mismo, seguía atacando con rápidos y precisos golpes. El hombre-lobo volvió a lanzarse para ayudar a su compañero osuno. No obstante Ezequiel bloqueaba cada golpe y zarpazo, esta vez usando sus alas además de sus antebrazos; también usaba las mismas alas para distraer a uno y luego atacar al otro.

En este punto Ezequiel los estaba derrotando no con fuerza, sino con la experiencia de años de lucha e increíble dominio de su disciplina; era el pináculo de la fuerza física y las artes marciales.

Pero mientras Miguel y Rafael tenían su desesperada confrontación, lejos estaba Gabriel pensando bien en lo que iba a hacer a continuación; podía sentir como su habilidad estaba por llegar a su límite, y para ser honesto consigo mismo, no se sentía capaz de enfrentar al hombre-dragón blanco.

Aquella energía que desató Ezequiel al usar las técnicas originales del muay boran, el hombre-tigre pudo reconocerla como la energía Prana, solo que a un nivel por lejos mayor que el de él y del mismo Jofiel. Aparte, por unos momentos, Gabriel intentó copiar el estilo de lucha de Ezequiel, en cuanto éste empezó a derrotar a cada uno de los jóvenes-bestia.

Sin embargo, para su sorpresa, fue en vano; por alguna razón, no podía copiar esas técnicas. Y mientras trataba de hallarle una explicación, recordó aquella extraña visión de aquel guerrero practicando ese mismo arte.

—...Este es el Arte de la Guerra, el Arte de las Ocho Extremidades. Pero para usarla, es necesario la liberación espiritual.

Estaba claro que Gabriel no podía copiar ese arte, porque no contaba con el requisito principal, el cual, hasta el mismo Ezequiel se lo había dicho: aún no tenía el espíritu y la mente libres de sentimientos negativos. Y Gabriel sabía muy bien por qué, y cuáles eran esos sentimientos.

—¡Eres un maldito parasito! ¡Una basura igual que tu padre!

—¡Debes estar agradecido con nosotras por dejarte vivir en nuestra casa en vez de echarte en la asquerosa selva!

—¡Debí haberte ahorcado con mis propias manos el día en que naciste!

—¡Contigo por fin saldaré mi deuda cuando te venda a mis amos en Transilvania! ¡Ja, ja, ja!

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora