Capítulo XXXV: Guardianes de la Ley de la Selva

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"Sostente bien, ya que por esta escala —dijo el maestro exhausto y jadeante— es preciso escapar de tantos males."

—El Infierno de Dante, canto XXXIV: 82-84.

[Arena de Duelo de San Bestia]

Santa madre del amor hermoso por fin termino esta infernal prueba.

—Estoy de acuerdo contigo my friend emplumado. Pero alégrate, pudo haber sido peor.

—No sé ni cómo puedes ser tan optimista en tu estado zorro bufón. Si fueras humano ahora mismo estarías paralítico. 

—A veces hay que ver el lado bueno de la vida compañero "murcielagarto". Solo mírate. Te ves bien pese a la brutal paliza.

—Si... estoy bien jodido.

Decían Camael, Remiel y Uriel respectivamente estando sentados en el suelo, en forma humana, mientras eran cubiertos cada uno por un manto de magia curativa color celeste, creada por mano de jóvenes monjas humanas del Alfheim. Pero ellos tres no eran los únicos: los demás jóvenes-bestia también estaban siendo curados por monjas expertas en magia sagrada de sanación. Aunque en el caso de Gabriel, Rafael, Uriel, Remiel y Camael, tenían la ayuda extra de una elfa druida adulta (tres luminosas y dos oscuras), quienes con magia curativa verdosa sanaban sus huesos con fracturas muy graves.

Después de una frenética y bestial pelea, la última prueba de San Bestia había llegado a su fin. Pero como era obvio, los jóvenes-bestia no pasaron ilesos del todo; un segundo después de terminar cada uno de celebrar su triunfo, fueron envueltos en el respectivo resplandor que los convertía, solo que esta vez los regresaba a su forma humanizada.

Y una vez en forma humana, se reveló en todos marcas de moretones, rasguños e incluso sangre que antes no se notaba por el pelaje/plumas/escamas de sus verdaderas formas, y fueron producto de los brutales golpes durante la lucha (más que todo de parte de Ezequiel). Después los que estaban parados terminaron por caer al suelo por el agotamiento. Entonces llegaron a la arena especialistas sanadoras, quienes los ayudaron a reunirse en un punto cerca del otro, para curarlos más rápido con la magia de sanación santa y druídica.

A Rafael le emocionó bastante ver a más druidas aparte de él, y se impresionó al notar que la magia de las elfas tenía una ligera diferencia con la de él; no era por la diferencia de raza, sino más bien como una diferencia de "clase", y es que, según lo que leyó en el libro de su padre, la magia druídica estaba dividida en dos ramas: sanador y guerrero. Y dependiendo de la persona puede haber una inclinación mayor hacia una rama que en otra.

—¡Auch! ¡Están sanando huesos fracturados, no ajustando la tuerca de una máquina! —se quejó Gabriel molesto al sentir un terrible punzón en su brazo izquierdo. 

Desde que era un hombre-tigre no había vuelto a fracturarse un hueso a tal grado, por lo que le incomodo volver a sentir aquel dolor después de tanto tiempo. Aunque como respuesta a su queja, recibió un golpe en la cabeza por parte de la elfa oscura que lo sanaba.

—¡Sé más respetuoso cachorro salvaje! —exclamó la elfa con un muy mal carácter. Luego procede (de mala gana) a poner ambas manos en el brazo fracturado del joven-tigre, para continuar sanándolo, mientras la joven monja seguía curándole las demás heridas, y riéndose un poco del comportamiento de ambos.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora