Capítulo LXIV: Ecos de la Bestia Interna

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"¿Qué mano se atrevió a tomar el fuego?"

—Tigre, Tigre de William Blake. 

[En Algún Lugar Desconocido]

Después de tanto tiempo, desde aquel día en que se liberó de los monstruos que atormentaban su existencia desde su nacimiento, el joven-tigre Gabriel había regresado a la selva. Sin embargo no era la que él conocía: se encontraba caminando en medio de una jungla de las tierras indias, llevando nada más que su pantalón holgado blanco con rayas negras, y observando los alrededores mientras que con ambas manos acariciaba las hojas y los árboles.

Sentía todo como si fuese real, e incluso podía sentir el calor del sol y escuchar a los animales. Pero nada era real; era otro de sus visiones o sueños, ya que esa selva era incluso más antigua y virgen que la que él conocía.

"Otra vez no...", fue lo que pensó el baghatma, con molestia y cansancio, al darse cuenta de que otra vez estaba teniendo un extraño sueño. —Nada de esto es real. Ni siquiera es mi hogar —dijo Gabriel cerrando los ojos, dándose cuenta de cuán diferente era toda esa selva a la cercana de la aldea en que nació.

«Tienes razón: no es real».

Se oyó una poderosa voz masculina semejante al trueno, que hizo eco en toda la selva. El joven-tigre se sobresalto por un momento al escucharla, pero no se asustó, porque ya tenía una idea de quien podría ser.

»Pero si es tu hogar. O mejor dicho; así es como se veía hace miles de años atrás».

—Ya veo... ¡Je, je! Al fin te dignas a hablarme directamente —dijo Gabriel con una sonrisa sarcástica, mientras se sentaba en el suelo y se ponía en posición de meditación—. No tienes ni la maldita idea de cuánto estuve esperando por tener una conversación más directa contigo.

«Lo sé; cada estupidez que pasa por tu tonta cabeza llega a mi mente, cachorro estúpido».

Dicho eso, de repente Gabriel sintió detrás de sí una presencia; desde la piel de su espalda podía sentir el pelaje de la espalda de un animal mucho más alto que él.

Por curiosidad miro el suelo a su derecha, y aunque no pudo ver la sombra del animal que estaba a su espalda, debido a las sombras que producían los árboles, si pudo ver la larga cola rojo anaranjado con rayas negras y punta blanca, que caracterizaba a los tigres de su tierra. Por la forma de la espalda del animal y la cola, Gabriel pudo intuir que su amigo del alma se había manifestado a sus espaldas bajo la forma de un "tigre normal".

Los dos permanecieron callados por un buen rato, en el que las hojas de los árboles caían como pétalos, y el sol brillaba con tanta intensidad que la luz en la zona era casi cegadora, pero daba una sensación de paz y confort. No obstante el pequeño momento pacífico fue cortado por el propio dios-tigre.

«Cuatro veces, cachorro problemático; te tuve que salvar la vida cuatro veces en menos de cuatro días: cuando ese licántropo con magia jotun estuvo a punto de matarte, cuando el Meng Amok te estaba descontrolando, cuando esa máquina viviente estuvo por arrancarte los ojos, y cuando regresaste junto a tu clan al lugar donde trabajan. Has estado más cerca de la muerte en estos meses que en todo el tiempo que llevo viviendo en ti. Eres casi tan problemático y descuidado como lo fueron Absalon, Dante y Khalam».

Se quejó el dios-tigre con un tono furioso, como un padre regañando a su hijo irresponsable.

—Lo sé, y por eso agradezco tu ayuda —dijo Gabriel con un tono divertido, pero sincero y agradecido—. Sé que debería decir "no la necesito", o "no quiero volver a recibir tu ayuda". Pero eso sería muy pretencioso de mi parte, y el viejo Kattapa se molestaría mucho. Por eso y mucho más, en serio agradezco tu ayuda. Si no fuera por ti y por mi clan... definitivamente no habría podido sobrevivir.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora