Capítulo XXXIX: Reproducción Bestial (II)

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"...En la cama del Pequeño Oso había una niña de rizos color oro..."

—Ricitos de Oro, de Robert Southey.

[Planeta Domhan-Eile. Segunda Base de los Caballeros Mágicos de Albión].

Si la entrada de la base tenía un aire de los castillos medievales combinado con aspectos modernos, los apartamentos de las torres no se quedaban atrás.

La habitación de la Séptima Torre, como todas las demás, tenía solo lo necesario y un poco más como confort; una cama grande, un cuarto de baño, una lámpara mágica, un artístico reloj de madera con el horario terrestre, un Espejo Transmisor, una mesa pequeña con cuatro sillas, una mesilla al lado de la cama, un sofá y un armario. El piso, en apariencia, era piedra pulida y reluciente, mientras que las paredes y el techo estaban embellecidas con papel tapiz de elegante diseño victoriano.

En el suelo se encontraba el costal con el equipaje de Rafael y Elsa, cerca de la ropa que ambos llevaban hasta hace poco; en la cama descansaban ellos dos abrazados, con nada más que la sábana cubriéndolos desde el pecho hasta los pies. La humana rubia sudaba y presentaba algunos cortes, moretones y magulladuras en las partes visibles de su cuerpo, incluyendo una mordida profunda en su hombro derecho. Y aparte, la cubría un manto mágico verde conjurado por el propio joven-oso para sanar las heridas de ella.

Heridas causadas por haberse apareado con él.

—¿Ya te encuentras mejor? —preguntó Rafael desactivando el hechizo sanador con una simple orden mental. La joven de rizos dorados ya no tenía más cortes en las partes visibles de su pequeño cuerpo, pero seguía respirando agotada.

—Mejor de lo que me he sentido en mucho tiempo —contestó Elsa con una amplia sonrisa, teniendo la cabeza recostada en el hombro derecho del arthdruwid, y luego se giró para abrazar a Rafael y poner la pierna derecha encima de la de él—. ¿Y tú? ¿Ya puedes sentir algún incremento en tu fuerza, o algo parecido?

—Me siento increíblemente relajado, como si me hubiera quitado un gran peso de encima —explicó Rafael, haciéndose un análisis mental—. Según me dijo Erzuli, el incremento de poder por la maduración completa no es inmediato; puede tardar días en completarse. No lo sabremos con exactitud hasta probar nuestra fuerza en un combate real.

—Entonces, para estar seguros, ¿Quieres intentarlo de nuevo? —preguntó Elsa levantando la cabeza para mirar el rostro del joven-oso.

—Preferiría que no. Por un momento tuve miedo de lastimarte demasiado. Te veías tan "frágil" —decía Rafael, denotando preocupación por lo salvaje que se comportó con la ricitos de oro durante el apareamiento—. ¿Segura que estás bien?

—Más que bien. Todo lo que siento ahora es una alegría imposible de describir, porque aceptaste mis sentimientos y me diste permiso de hacerte un hombre-oso completo —decía Elsa acostando la cabeza en el pecho derecho de Rafael, y cerró los ojos con un aire de satisfacción alegre.

—Ojala hubiera sido de una mejor manera. No puedo evitar sentirme culpable por haberte lastimado de esa forma —dijo Rafael todavía no muy reconfortado, porque empezaban a llegarle recuerdos de cada minuto del apareamiento.

—Rafael, tranquilo. Así es como se aparean las bestias; es parte de tu naturaleza. Además no me lastimaste tanto como crees. Y para mí fue algo tan maravilloso, que no puedo describir —contestó Elsa mordiéndose el labio inferior al final y moviendo un poco la entrepierna contra el fuerte muslo del arthdruwid, por la excitación de recordar cada detalle del apareamiento. 

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora