Capítulo XLIX: Defendiendo el Legado

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"Yo te mostraré lo grande que soy."

—Muhammad Ali.

[Base de Carmilla: Laboratorio Frankenstein]

—¡¡¿Qué santo diablo es eso?!! —exclamó un vampiro dando un paso atrás, aterrado por completo al ver algo que estaba fuera de su comprensión. Y no era solo él.

Cuando surgió aquel fuego en el baghatma Gabriel Khanom, cada uno de los vampiros sintió un repentino y anormal terror, muy diferente al que sintieron cuando Joel mostró su poder. Ninguno de ellos sabía que era ese miedo, excepto Carmilla; ella supo de inmediato que ese miedo era el que sentía una presa cuando se topaba con un depredador. Todos los vampiros sentían terror ante la presencia de un depredador, lo cual no podía ser posible, porque ellos no tenían depredadores naturales en el Mundo Mortal.

[Almacén Principal]

"¿Qué es esta extraña sensación?", pensaba Raven sorprendida al sentir de repente un extraño escalofrío en su espalda, junto con una necesidad antinatural por escapar de allí. Debido a su herencia paterna, estaba sintiendo el miedo natural de los vampiros ante un depredador desconocido que no sabían que tenían, y que ahora hacía acto de presencia.

—¡Ohhhh! ¡Ahora eso si que es otra onda! —exclamó Remiel emocionado y fascinado como un niño al reconocer aquellas famosas llamas primordiales, capaces de iluminar todo el cosmos y que caracterizan al dios Rudra por ser de los pocos seres que la liberaban.

—¡Esta noche cada vez se pone mejor! —grito Jofiel igual de emocionado que el kitsune al ver que su compañero tigre por fin desató su poder como avatar de Rudra.

—Tienen razón: es increíble. Pero hay algo raro —dijo Rafael sorprendido y a la vez preocupado, porque notaba algo extraño, aunque no sabía con exactitud qué era.

"Rafael tiene razón; algo no anda bien. Esas llamas son muy diferentes a cuando él usó aquella rara danza; parecen más caóticas que antes", decía Miguel en su mente, notando que en contraste con aquel día cuando Gabriel empezó a usar el poder de Rudra por primera vez, las llamas de ese momento parecían más tranquilas que las de ahora, lo cual no tranquilizo para nada al licántropo alemán.

Mientras tanto en la batalla, Gabriel caminaba por el puente de hielo a paso lento, mientras el fuego iracundo que lo envolvía derretía toda la escarcha cercana con la misma lentitud. Joel permaneció pensando en silencio cómo fue posible que el hielo del Niflheim se estuviera derritiendo, cuando no existía ningún fuego, magia o energía que pudiera lograr tal cosa, al menos no dentro del Panteón Nórdico.

—No sé cómo es que lograste derretir el hielo del Niflheim. Es una hazaña más allá de lo impresionante y que jamás imagine ver. Admito que me impresionaste. Pero aun así la diferencia de fuerza física sigue siendo obvia. Y no creas que con simples técnicas copiadas o solo enfadándote, podrás ganarme —decía Joel con un semblante serio y denotando total seguridad en sí mismo, hasta que noto algo que lo sorprendió aún más.

—Descuida. Verás algo mucho mejor que "simples técnicas copiadas" —respondió Gabriel, esbozando una pequeña sonrisa que reflejaba cierta crueldad, a la vez de una desbordante confianza que antes no demostraba—. Prepárate para ver y sentir más de cuatrocientos mil años de artes marciales asiáticas.

Aquellas palabras llenas de una confianza que daba miedo, tomó tanto por sorpresa a Joel, que le hizo preguntarse qué fue lo que le sucedió al baghatma, para que ahora actuase así. Y mientras pensaba en esto, su cuerpo reaccionó por instinto para protegerse de un codazo diagonal derecho, por parte de Gabriel, que no vio venir y cuya fuerza lo hizo retroceder diez metros hasta volver a las cámaras del tercer piso del lado oeste de la base.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora