Capítulo XXIII: El Monstruo de Filipinas

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"El mundo pertenecía entonces a los reptiles monstruos que reinaron como señores en los mares jurásicos."

—Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne. 

[Barco Draco Wang].

El alivio que sintieron todos al estar de nuevo en el barco solo podría compararse con la sensación de cuando regresas a la seguridad de tu hogar después de pasar por un angustioso momento.

Rafael había cargado a Elsa de forma nupcial, y con un salto inhumano logró llegar hasta el barandal de la cubierta, la cual Elsa sostuvo y permitió que ambos subieran con relativa facilidad.

Remiel y Camael saltaron tan alto como pudieron, y Uriel los ayudó a abordar el barco sujetándole un brazo a cada uno para luego dejarlos caer un metro arriba de la cubierta.

Jofiel logró llegar al barandal con un salto extraordinario. Y por su propia cuenta abordó el barco sujetándose del mismo barandal con una mano e impulsándose hacia arriba. Después bajó a Clarisse con delicadeza, pese a la forma brusca en que la había cargado todo el camino.

Angela no salto ni hizo algo sobrehumano; nada más invoco sus plumas metálicas en fila ascendente, y fue pisando cada una como si fuese una escalera hasta llegar a la cubierta del Draco Wang.

Caroline no necesito ayuda; con solo un salto llegó a pocos metros arriba de la cubierta y aterrizó con elegancia en la cubierta. Después acostó con cuidado al joven-tigre, y permitió que Rafael se acercara para ayudarlo.

El arthdruwid no perdió el tiempo en recitar un hechizo avanzado: solo uso el hechizo básico de sanación, el cual consistió en poner ambas manos sobre el paciente, siendo en este caso una en el pecho y la otra en la cabeza, para entonces cubrir al paciente con un manto de luz verdosa. Mientras tanto la licántropo blanca permaneció cerca del baghatma, arrodillada en el lado contrario a Rafael, mirando preocupada y ansiosa el proceso de sanación.

—¡Al fin llegan todos! —dijo Miguel, acercándose corriendo a donde se encontraban los demás. Estaba cargando en su espalda a una todavía "borracha" Amitiel, que seguía balbuceando incoherencias en italiano y griego antiguo.

—¡Me alegro mucho de verlos a todos...! —decía Raven corriendo al lado de Miguel, al principio feliz de ver "sanos" a sus amigos, y antes de decir "bien" al final, se dio cuenta de que uno estaba siendo atendido por el sanador del grupo—. ¡Por la diosa Morrigan, ¿qué sucedió?!

—¡Hermana ¿estás bien?! —preguntó Miguel alterándose al notar que el vestido de su hermana mayor estaba casi todo ensuciado de sangre.

—¡Yo estoy bien, e-e-e-esta no es mi sangre! ¡No-no-no sé qué le ocurrió! ¡De-de-de repente comenzó a toser mucha sangre y-y-y no parecía sanar! —decía Caroline tan alterada por la preocupación que tartamudeaba.

—Hiciste bien en traerlo rápido —dijo Rafael con una expresión seria, que solo empeoro las preocupaciones de la licántropo blanca—. Tiene cuatro costillas rotas. Y su garganta y pulmones están desgarrados. Esto causó que sus pulmones se llenaran casi por completo de sangre, impidiéndole respirar.

Mientras Rafael daba su diagnóstico, las diminutas partículas verdes de Maná se estaban concentrando más que todo en el pecho y la garganta del joven-tigre, revelando que eran los puntos en los que más se concentraba la mágica luz verde. Y por lo tanto, donde estaba el verdadero daño.

—Uhhh... ¿Y qué tan grave podría ser eso para una bestia? —preguntó Clarisse, no pudiendo evitar sentirse mal por la descripción de semejante daño interno.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora