Capitulo 27.

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Mi querida Romina
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El sol entraba por las delgadas cortinas blancas, iluminando el rostro de la híbrida quien cerro fuertemente los ojos por la luz que la molestaba. Se removió en la cama sintiendo que Edward no estaba a su lado, confundida entrecerró los ojos para mirar a su alrededor.

La cama estaba destrozada, la cabecera estaba destrozada, le pareció algo gracioso, pero también se alarmó, debían arreglar eso antes de que Carlisle y Esme se dieran cuenta.

Se acomodó el cabello dándose cuenta de que tenía plumas por todo su cabello, el cual se asimilaba a un nido de pájaros por todas las plumas.

Una sonrisa curva por sus labios al recordar como la besaba con amor y deseo, como besaba cada centímetro de su cuerpo con delicadeza y dulzura. Las dulces palabras que él le susurraba mientras hacían el amor.

Se levantó de la cama para dirigirse hacia el baño, en el camino se encontró con más plumas y almohadas destrozadas, sabía por qué Edward lo hizo, pero igualmente le preguntaría.

Se miro en el gran espejo del baño mientras se quitaba la bata de seda blanca, acaricio sus labios recordando cómo él los besaba, cerro los ojos mientras recordaba cada momento en el que hicieron el amor, para después adentrarse a la ducha.

Edward cocinaba panqueques para su esposa, mientras recordaba lo que había pasado la noche anterior, recordaba cómo había besado cada centímetro de su cuerpo, recordaba como la había visto sonrojarse, era totalmente increíble.

¿Cómo era posible que un vampiro pudiera sonrojarse?

Sabía que su Romina era mitad humana pero aun así fue inevitable no preguntarse aquello internamente.

Tantas veces habían hecho el amor, pero está vez era especial, porque aquella noche lo habían hecho como marido y mujer, como amantes, como cómplices, como amigos, como novios, como esposos.

Tantas noches había esperado casarse con ella, y ahora estaban en su luna de miel, disfrutando su tiempo juntos.

Escucho los suaves pasos de Romina con sus pies descalzos, cuando ella se adentró a la cocina no pudo evitar mirarla embobado, su cabello mojado caía en cascada por su espalda, sus labios estaban levemente rojos, su brillante sonrisa lo seguía cautivando, su característico brillo en sus ojos azules como el océano, su pequeño y hermoso cuerpo que estaba vestido por un vestido verde claro suelto, y sus pies descalzos.

Sonrió hacia ella.

—Buenos días, amor— exclamó sonriente.

—Buenos días.

Edward se acercó a ella para besarla, con una sonrisa pícara se separó de ella, temía llevar las cosas a otro extremo.

—¿Cómo dormiste? — preguntó mientras ponía la comida en el plato.

—Estupendo— contesto mientras se estiraba y se sentaba en la pequeña mesa que había enfrente de la cocina

Edward sonrió mientras besaba su frente.

—¿Qué te gustaría hacer? — preguntó mientras la observaba comer.

Romina soltó una exclamación de asombro al probar la comida de Edward, y es que el cobrizo siempre la sorprendía con cada comida que él preparaba, y le encantaba.

—Mm no lo sé, me gustaría estar contigo dentro de la cama entre las sábanas todo el día— contesto con una sonrisa coqueta.

Edward solo sonrió nervioso para después reír, le agradaba la idea de Romina, pero sabía que, si se quedaba con ella haciendo el amor todo el día, no pararía porque siempre querría más, siempre la querría a ella.

—Qué te parece si mejor jugamos una partida de ajedrez y vamos a pasear por la Isla, después podríamos ir a la cascada que está por aquí cerca, y tal vez suceda algo al anochecer— exclamó con un toque coqueto.

Romina sonrió mientras se sonrojaba y asentía.

No era muy normal que los dos se dijeran palabras sobre el sexo, por la educación y modales que les enseñaron desde pequeños, pero no estaban en su época, nadie los juzgaría, solo eran ellos dos demostrando su amor.

En todo el día se la pasaron jugando ajedrez, Romina había ganado la primera partida, haciendo que Edward quisiera jugar otra más y la segunda la ganó el cobrizo, la tercera partida Edward no quiso jugar solo se lanzó hacia Romina para besarla mientras acariciaba su cuerpo con delicadeza.

Romina lo quiso torturar un poquito, le siguió el beso para después alejarse de él y salir corriendo a velocidad sobrehumana hacia afuera siendo perseguida por Edward.

Romina se escondió, mientras estaba alerta de que Edward no la encontrará. Soltó un grito de sorpresa al ser atrapada por su esposo para después ser callada por un beso.

—¿Sabes? Propongo que vayamos ahora mismo a la habitación— propuso Edward mientras la miraba coqueto.

— Y yo propongo que vayamos a la cascada — dijo antes de correr hacia la casa y buscar su traje de baño.

Edward la cargó cuando estuvieron listos para después pararse en la punta de la cascada, Romina saltó hacia la espalda de Edward para que esté saltará hacia la cascada sujetando los muslos de su esposa.

El agua estaba un poco fría, Romina se acercó a su esposo para besarlo siendo correspondida por este.

Después de nadar y unos cuantos besos salieron del agua para seguir explorando la Isla, hasta que finalmente se hizo de noche, regresaron a la casa.

Edward se recostó en la cama esperando a Romina quien se había ido a cambiar mientras leía un libro.

Romina salió detrás de la puerta del baño vistiendo lencería negra con encaje y detalles rojos, Edward apartó su vista del libro para observarla con sus ojos negros de deseo, sonrió mientras se daba la vuelta quedando boca a abajo.

Romina se quedó recargada en la puerta con un pequeño puchero en sus labios, antes de ser agarrada por Edward y acostarla delicadamente en la cama mientras aspiraba el dulce perfume de su compañera.

—Mi querida Romina, mi dulce Florecilla— susurró Edward observando como su esposa se acurrucaba en sus brazos.

—Mi querida Romina, mi dulce Florecilla— susurró Edward observando como su esposa se acurrucaba en sus brazos

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𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐄𝐭𝐞𝐫𝐧𝐨 [𝐸𝑑𝑤𝑎𝑟𝑑 𝐶𝑢𝑙𝑙𝑒𝑛] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora