Capitulo 35.

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Nada es suficiente cuando estás a mi lado.
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La nieve caía en el frío pueblo de Forks, vistiendo al bosque de blanco, hermosos copos de nieve se veían. Como si supieran que algo pasaría, algo como la felicidad eterna.

Ojos azules como el océano, cabello cobrizo brilloso, piel blanca como la nieve, un dulce sonrojo en sus mejillas, nariz respingada, finas facciones, y una mirada dulce. Así era Thomas Cullen hijo de Romina y Edward Cullen. El pequeño niño se removía inquieto junto a su hermana.

Ojos verdes como una esmeralda, cabello negro como el ébano, piel blanca con un leve sonrojo, una mirada tierna, finas facciones y una sonrisa brillante. Así era Elizabeth Cullen, la pequeña de la familia Cullen. Hija de Romina y Edward.

Los dos pequeños niños se removían inquietos, desesperados, ansiosos, impacientes. Habían pasado cuatro días desde que habían nacido, cuatro días que no sentían la calidez que su madre emanaba, cuatro días sin sentir su aroma. Desde que tuvieron conciencia se sintieron amados, desde que escucharon su voz la ansiaban, cuando se sintieron protegidos por casi tres semanas ya no se sentía más aquella protección, descubrieron cosas nuevas, descubrieron un mundo nuevo, escucharon sollozos dolorosos, escucharon gritos cuando nacieron, no solo los de él su padre, si no los de alguien más, no volvieron a escuchar su voz. La voz que ansiaban escuchar, la calidez que ansiaban sentir, la protección que querían, el cariño que ansiaban sentir.

¿Qué había pasado con ella?

Se preguntaban en su pequeña cabecita.

—Eli, Tom, ya están más grandes mis pequeños, y solo han pasado cuatro días desde que nacieron— susurró Esme con cariño.

Aquella voz no era la que ansiaban, pero era de las que más escuchaban junto a otras voces, desde que supieron que habían salido de aquella protección.

—Los llevaré con su padre, él los necesita— con delicadeza y agilidad Esme cargó a los dos bebés, uno en cada brazo.

Los dos bebés abrieron los ojos viendo como la dulce mujer de cabello negro los miraba con cariño.

—Oh pequeño Tom tienes los ojos de tu madre, y tú Eli tienes los ojos de tu padre cuando era humano.

¿Quiénes eran esas personas que siempre les hablaban?

¿Quiénes eran?

Solo reconocían a aquella mujer y a otros más, pero nunca a la que realmente querían sentir, ellos querían escuchar su voz, ellos querían sentir sus brazos y calidez, la querían a ella y solo a ella. No se habían sentido cómodos en los brazos que los cargaban en esos cuatros días que siempre era una persona diferente, pero nunca era ella, no se volvieron a sentir cómodos desde la última vez que escucharon su voz, que sintieron sus brazos, la querían de vuelta.

𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐄𝐭𝐞𝐫𝐧𝐨 [𝐸𝑑𝑤𝑎𝑟𝑑 𝐶𝑢𝑙𝑙𝑒𝑛] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora