Eran las nueve y veinte de la mañana de ese lunes y si no se aligeraba, llegaría tarde al estudio.
Desayunó rápidamente y recogió sus cosas a toda prisa; cogió las llaves del coche y su guitarra y bajó corriendo las escaleras.
Tal era su prisa que no se dio cuenta de que en el portal del edificio había alguien parado y casi choca con esa persona.
***
Se levantó con tiempo y desayunó tranquila para más tarde recoger las pocas cosas que le faltaban por guardar y pedir un taxi que la llevara al aeropuerto.
Mientras esperaba a que el taxi la recogiera observó detenidamente el sobre que llevaba en la mano. Realmente dudaba si entregárselo a su destinatario o no, pero lo cierto es que era poco lo que tenía que perder: ella volvía a su casa y él se quedaba allí, quizás no volvían a verse hasta dentro de otro lustro.
Así que con tiempo de sobra y armada de valor, pidió al taxista que la llevara hasta la dirección que la noche anterior le había dado Sam y le esperara, pues luego debía acercarla al aeropuerto.
Y allí estaba, parada frente al portal de Hugo decidiendo si llamar o si aún estaba a tiempo de salir corriendo, pero el chico se merecía esas explicaciones y ella, después de muchos años, también se merecía un poco de paz.
Justo cuando iba a llamar, la puerta se abrió y sus nervios aumentaron de manera considerable.
Era él, claro que siempre sería él.
***
La vio allí parada, en su puerta, frente a él.
Vestía una sudadera de esas que él mismo le quitaba algunas veces, pero:
- ¿Qué haces aquí? No puedo hablar, llevo prisa.
Su tono fue cortante y duro.
- Lo sé - le respondió ella de manera suave -. Sé que no quieres hablar y te entiendo y respeto, yo también llevo prisa - le explicó señalando el taxi que la esperaba a sus espaldas -, pero no me puedo marchar sin que lo sepas todo.
El rubio la miró interrogante y ella le tendió un sobre blanco.
- Si no quieres leerlo estás en tu derecho, pero aquí tienes todas las explicaciones que debí darte antes de marcharme.
Se lo pensó. Se lo pensó una, dos y hasta tres veces antes de aceptar aquel sobre, pero finalmente lo hizo.
Se dedicaron una última mirada sin saber cuándo sería la próxima vez que sus ojos se volverían a cruzar.
- Adiós Hugo - sonrió ella tristemente rompiéndose un poco más por dentro.
Él solo atinó a mirarla, no se despidió.
___
Esa misma noche en algún lugar de Madrid.
Sentado en su cama, en pijama, duchado, tras cenar y después de un largo e intenso día de trabajo, Hugo le daba vueltas al sobre de papel que tenía en la mano decidiendo si abrirlo o no.
Apenas habían pasado ocho horas desde que ella le entregara aquello que suponía, sería una carta.
Y decidió abrirlo y leerlo.
Y al hacerlo acabó llorando, como hizo ella al terminar de escribirlo, y es que al final de la hoja había una gota de agua seca.
Leyó y releyó la hoja infinidad de veces y cuánto más la leía, más le dolía.
Esa noche descubrió varias cosas: la primera, que sí que necesitaba esas explicaciones para poder deshacerse de un peso que cargaba sin saberlo desde hacía sesenta meses; la segunda, que el grado de maldad de la humanidad era incalculable en ocasiones; y la tercera, que aquella chica estaba casi tan rota como él.
Y allí, en su habitación, hizo la mayor de las locuras que se le pasaron por la cabeza.
***
El avión despegó y con él sus nervios se dispararon puesto que ya, ahora sí, no tendría que enfrentarse a él hasta sabría Dios cuánto tiempo.
Conectó sus auriculares a su teléfono y dejó que la música la evadiera de aquel lugar por un rato al menos.
Y todo iba bien hasta que dos horas después de haber despegado, su teléfono decidió reproducir de manera aleatoria "Sirena".
Y lloró, vaya que si lloró. En silencio, como un niño cuando sus padres le regañan, mirando el cielo por la ventana.
Un niño era el que viajaba a su lado y quién se dio cuenta de aquello, por lo que le preguntó:
- ¿Por qué lloras?
Ella sonrió como pudo y limpió con la manga de su sudadera las lágrimas que corrían por sus mejillas.
- No es nada, es que estoy escuchando una canción muy bonita.
- Pues entonces deberías reírte, la gente llora cuando está triste, no cuando está feliz.
Eva suspiró sin apartar la sonrisa, ¿cómo le explicaba a un niño que la gente también llora de felicidad? ¿cómo se lo explicaba llorando de tristeza?
Así que solo asintió con la cabeza.
- ¿Tú también vas de vacaciones a Australia? - cambió rápidamente de conversación el pequeño.
Eva soltó una leve carcajada.
- Yo vivo allí.
El niño se asombró y sonrió ampliamente.
- ¡Que guay! Mi mamá dice que es muy bonito - señaló a la mujer que dormía en el asiento de al lado.
- Tú mamá lleva razón.
Y no mentía, Australia era preciosa, ella misma lo había podido comprobar de primera mano, pero para ella, Galicia lo era aún más, y es que en Australia estaba su casa, pero en Galicia o quizás Madrid, estaba su hogar.
- Y tú, ¿tienes novio? - preguntó luego de un rato el pequeño.
La expresión de Eva cambió pero rápidamente volvió a mostrarle una sonrisa como pudo.
- Yo no - respondió ella.
- Ah, pues yo sí - contestó orgulloso el niño provocando de nuevo las carcajadas de la gallega -. Se llama Martín.
Eva sonrió enternecida.
- ¿Y tú cuantos años tienes, enano?
- Siete - respondió con una sonrisa.
La chica le observó detenidamente, ojalá la vida fuera tan fácil como la de un niño de siete años.
¡Hola!
Buenos días, aquí tenéis el capítulo de hoy sábado.
Os recuerdo que mañana tendréis otro y el lunes, dos.
Espero que os esté gustando, gracias por leer.
Os leo en comentarios.
🤍🤍🤍
ESTÁS LEYENDO
Así que pasen cinco años.
FanfictionCinco años. Sesenta meses. Mil ochocientos veinticinco días. Hugo y Eva. Eva y Hugo. "No hay que esperar, hay que vivir" Federico García Lorca. ( Así que pasen cinco años. )