Acababa de llegar a su casa y se disponía a ponerse el pijama cuando su móvil comenzó a vibrar.
Era Samantha.
- ¿Qué pasa? - preguntó descolgando.
- ¿Estás con Hugo? - respondió su amiga.
La cara de Eva debió ser un cuadro.
- Sam, estoy en mi casa, en Australia.
- Ya - le contestó su amiga. Y en su tono pudo notar cierta inquietud - ¿No estás con él entonces?
- No, Samantha, ¿cómo voy a estar con Hugo?
Escuchó el suspiro de la valenciana al otro lado de la línea.
- No lo localizo, ¿qué hora es allí?
Eva miró el reloj de su habitación.
- Van a dar las doce y media de la madrugada.
- Aquí son casi la una y media de la tarde - le dijo -. Hugo llegó ayer a las once de la noche a mi casa con una prisa del demonio. Me exigió tu dirección y se marchó sin darme explicaciones, pero pude ver que en el coche llevaba una maleta. Creo que ha ido a buscarte, Eva.
La gallega palideció y su cabeza dejó de funcionar tratando de procesar todo lo que le había contado su amiga.
- Y no sé dónde está, debió bajar del avión hace una hora al menos y cuando intento llamarle me dice que tiene el teléfono apagado y no le llegan los mensajes - le informó -. Me estoy preocupando.
- Voy a salir a buscarle, a ver si alguien le ha visto.
- Llámame con lo que sea, por favor.
- Igualmente.
La llamada se colgó y la chica salió a toda prisa con poco más que su teléfono en un mano y el corazón en la otra.
Se moría si a Hugo le pasaba algo.
Dio su descripción a la poca gente que se encontraba en la calle a aquellas horas, pero nadie pudo ayudarla.
Pidió un taxi al aeropuerto y preguntó en recepción por el último vuelo España - Australia que había llegado, y efectivamente, había aterrizado bien hacía unas horas.
Se informó en varios hoteles cercanos pero ninguno tenía registrado el nombre de Hugo Cobo.
Estaba realmente nerviosa y comenzó a caminar sin rumbo por un paseo marítimo cercano a su casa por si el chico se encontraba por allí.
De repente recibió la llamada de Samantha de nuevo.
- ¿Sabes algo? - fue lo primero que preguntó al descolgar.
- Nada, sigue sin contestar.
- He preguntado por las zonas más cercanas a mi casa y nadie le ha visto, he ido al aeropuerto y me han confirmado que el último vuelo de España aterrizó bien hace unas horas, pero he preguntado en los hoteles cercanos y en ninguno se hospeda nadie con el nombre de Hugo Cobo.
Las dos chicas cerraron los ojos, una en España y otra en Australia, rezando a un Dios en el que no creían porque el chico estuviera bien.
En ese instante Eva miró al frente reconociendo el nombre de la playa, en la que se encontraba, en un cartel.
- Te llamo ahora Sam - colgó.
Se encontraba en la playa en la que prometieron ver el atardecer juntos algún día. Jamás olvidaría esa noche.
Sonrió triste y con nostalgia y condujo sus pasos por la arena. Con suerte, el chico también había visto aquel cartel, tampoco se había olvidado de aquella noche y estaba allí.
A lo lejos divisó una silueta en la orilla y aligeró sus pasos, pero su decepción al ver que tan solo era un pescador, desvaneció todas sus esperanzas.
Preocupada, cansada y nerviosa suspiró mirando al cielo en busca de la luna, pero ni ella había salido esa noche nublada.
Volvió de nuevo al paseo marítimo con los pies llenos de arena, pero poco le importó, su único objetivo esa madrugada era localizar a Hugo.
Una mujer vestida de blanco, quién supuso sería una limpiadora de algún bar, caminaba por aquella calle en sentido contrario a Eva.
La chica no se lo pensó dos veces antes de pararla.
- Disculpe - la llamó -, ¿ha visto a un chico rubio de más o menos metro setenta con una maleta por aquí?
La mujer pensó durante unos segundos, que a la castaña se le antojaron enternos, su respuesta.
- Sí, lo vi hace un rato ir por allí - señaló el camino por el que ella venía.
Los ojos de Eva se iluminaron y tras pedir disculpas por las molestias y agradecer a la mujer el haberse parado, anduvo lo más rápido que pudo en la dirección que ella le había señalado.
Caminó durante cosa de veinte minutos sin éxito alguno, en aquel lugar no había ni un alma.
Miró su teléfono y vio que eran casi las tres de la madrugada ya.
Suspiró cansada. Estaba a punto de rendirse cuando a lo lejos divisió un hostal pequeño abierto.
Se dijo para sí misma que era el último lugar en el que miraba, si Hugo no estaba allí, desistiría, volvería a casa y esperaría a que Samantha tuviera noticias de él y se las comunicara.
Llegó a la recepción dónde un señor mayor descansaba en una silla.
- Buenas noches, disculpe las molestias - saludó.
El señor la miró sonriendo invitándola a seguir hablando.
- ¿Podría decirme si ha llegado aquí un chico rubio de mediana estatura?
- ¿Un chico rubio? - preguntó el hombre.
- Hugo, se llama Hugo Cobo.
Aquel señor la miró y ella solo sintió que si tardaba mucho en contestar, se moriría allí mismo.
- Lo siento señorita, no puedo darle información acerca de los huéspedes del hostal.
A la chica se le vino el mundo abajo ante la respuesta del recepcionista.
- Verá - intentó explicarle -, necesito saber si este chico ha llegado aquí. Es mi amigo y no le localizo - mintió.
No eran amigos, a estas alturas desconocía si seguían siendo conocidos siquiera.
La negativa de aquel hombre en darle respuesta a su pregunta la hizo suspirar resignada y decidió marcharse.
¡Hola!
Buenos días, feliz comienzo de semana a todxs.
Aquí tenéis el primer capítulo de hoy (y último del maratón).
Más tarde subiré el capítulo que corresponde al día de hoy.
Espero que os hayan gustado estos capítulos, y que os esté gustando la novela.
Os leo en comentarios.
🤍🤍🤍
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Así que pasen cinco años.
FanfictionCinco años. Sesenta meses. Mil ochocientos veinticinco días. Hugo y Eva. Eva y Hugo. "No hay que esperar, hay que vivir" Federico García Lorca. ( Así que pasen cinco años. )