Se sintió observado y giró su cabeza encontrándose de frente, de nuevo, la mirada de la chica posada sobre él.
Suspiró y se atrevió a hablar:
- Lo siento, yo - comentó dubitativo - no debería haber venido.
Eva le miró sin entender muy bien la situación.
- ¿Y por qué lo has hecho? - preguntó con cierto miedo en su voz.
El cordobés pensó detenidamente su respuesta bajo un silencio que a la gallega mataba.
- Leí tu carta, me atreví a hacerlo - confesó sin mirarla -, siento mucho lo que te hicieron y que tuvieras que pasar por todo esto.
Sus palabras sonaban sinceras y Eva no se creía que después de cinco años y con todas las esperanzas desvanecidas, estuvieran en Australia teniendo aquella conversación, de madrugada y a pie de playa.
- No debes sentir nada, la culpa es mía, yo tomé aquella decisión y yo debo cargar con las consecuencias - sonrió de medio lado ella.
Sus cuerpos, casi por inercia, se habían acercado y ahora ambos estaban sujetándose en aquel muro. Hugo sentado mirando al mar y ella apoyada dirección al paseo. Ninguno se miraba.
- Tomaste aquella decisión porque te engañaron - dijo suavemente el chico.
- Porque me dejé engañar - corrigió ella.
- Pero porque eras nueva en ese mundo y tu inexperiencia te llevó a aceptar aquello - intentó excusarla -. Cualquier persona en tu situación hubiera hecho lo mismo.
- No hagas eso, Hugo - dijo cortante la morena.
El aludido, al oír nuevamente su nombre de sus labios, se giró a mirarla y sus ojos azules e intensos penetraron en su mirada como alguna vez hicieron, por lo que aquella mirada duró escasos segundos hasta que el rubio se obligó a apartarla.
- No intentes defenderme cuando ni yo misma lo hago - le pidió -. No puedes defender lo indefendible, lo hice muy mal, fue la peor decisión de mi vida y no solo me afectó a mí, afectó a mi entorno también, te afectó a ti y, lo que es peor, nos afectó a nosotros - dijo de manera rápida y brusca.
No usaba aquel tono tan frío y cortante contra él, si no contra ella misma, y ambos lo sabían.
Tras estas palabras se hizo de nuevo el silencio.
- Debiste contarmelo todo aquella tarde, quizás no a mí, quizás a tus padres, a tus amigas, a quién hubieras querido, pero debiste contar todo antes de marcharte sin más.
- Lo sé Hugo, claro que lo sé - suspiró ella al borde del llanto -, pero entonces no veía las cosas de la manera tan clara en que las veo ahora.
Se miraron a la vez.
Los ojos verdes de él intentaban comprenderla y los ojos azules e inundados de ella pedían perdón de mil maneras distintas.
Y fue entonces cuando la fuerza de sus miradas derribaron en ellos una muralla interior que sin querer habían construido a raíz de aquella tarde.
- Esto me va a perseguir el resto de mi vida y te aseguro que la única intención que tenía con esa carta era, simplemente, darte las explicaciones que te merecías desde hacía mucho tiempo - explicó casi susurrando -. Yo no sé si algún día conseguiré perdonarme todo el daño que os hice, que te hice, y por ello no pido que lo hagas tú. No espero que me perdones ni que me dejes de odiar, solo que entiendas, como puedas, el porqué de todo.
Hugo la miró descubriéndose de nuevo reflejado en sus ojos.
- No - pronunció.
La chica levantó una ceja extrañada.
- No te odio Eva, y no te voy a mentir, lo he intentado, pero no he podido y, a decir verdad, tampoco he querido - confesó.
La primera lágrima de la chica corrió por su mejilla tras esa confesión.
No le merecía, el mundo, simplemente, no merecía a Hugo.
Le había hecho daño, muchísimo daño; llevaba cinco años sin hablarle y de repente aparecía con esa carta buscando algo que ni ella sabía el qué era; y allí estaba él, confesandole que no la odiaba, que nunca lo hizo, escuchándola y comprendiéndola.
- No lo merezco - respondió cerrando los ojos.
En ese instante sintió de nuevo el contacto de Hugo sobre su piel y sus vellos, poco acostumbrados ya a aquello, se volvieron estacas en cuestión de segundos.
Limpió sutil y dulcemente las lágrimas que descendían sobre su rostro con sus propias manos, sintiendo como la piel de ella se erizaba a su paso.
- Quizás - susurró bajito muy cerca de su cara -, pero yo ya te perdoné hace tiempo, y la gente a la que afectó tu decisión también, por eso tienes que empezar a centrarte en ti, en perdonarte tú.
Armada de valor y sintiendo mil mariposas revolotear en su estómago, agarró suavemente la mano que el chico había depositado en su rostro mirándole fijamente a esos preciosos ojos verdes que tan loca le volvían.
Y ambos sonrieron, después de tanto tiempo volvieron a mirarse sonriendo de verdad.
Y ella volvió a lanzarse a sus brazos, esta vez tras meditarlo. Y él la envolvió apretándola contra su cuerpo.
Y ambos cerraron los ojos disfrutando del otro, intentando recuperar en un minuto todos los que cabían en cinco años.
Y al separarse, sin perder en ningún momento el contacto, se dieron cuenta de que a pesar de todo, y por mucho que les doliera, ya nada seguía siendo igual, y quizás nunca volvería a serlo.
Él ya no la quería de la misma manera y la chica lo sabía, porque a fin de cuentas tampoco ella lo hacía.
Sus caras estaban a centímetros, por un momento iban a olvidar que ya no sentían lo mismo e iban a cometer un error, cuando Hugo recordó el por qué no le había hablado al verla en el bar, y entonces algo en él obligó a distanciar sus cuerpos.
¿Qué estaban haciendo?
Sus miradas, después de aquel momento tan intenso, volvieron a oscurecerse. La de él envuelta en preguntas sin responder y la de ella presa de nuevo del miedo.
Un paso hacia delante, y dos pasos hacia detrás.
¡Hola!
Aquí tenéis el capítulo del miércoles.
Espero que os esté yendo bien la semana, suerte de nuevo a todxs los que estéis de exámenes y demás.
Contadme que os está pareciendo, os leo en comentarios.
Mil gracias por leer, nos vemos el lunes.
🤍🤍🤍
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Así que pasen cinco años.
FanficCinco años. Sesenta meses. Mil ochocientos veinticinco días. Hugo y Eva. Eva y Hugo. "No hay que esperar, hay que vivir" Federico García Lorca. ( Así que pasen cinco años. )