Capítulo 31

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Pasaron el resto de la mañana y gran parte de la tarde en el salón de Eva charlando, viendo la tele y jugando.

Decidieron finalmente no salir ese día, les apetecía estar todos juntos como antes, como en la Academia.

Pero Hugo no había parado quieto con el teléfono desde que había llegado de ese sitio que no quería contar a Eva, y a la chica le extrañaba todo mucho.

Fue a sobre las seis y media de la tarde que el rubio tiró de ella hasta un lugar apartado de la casa donde sus amigos no pudieran verles.

- ¿Qué te pasa? - pregunto ella seria - Estás muy raro hoy, Hugo.

El chico rio.

- Ponte los zapatos que te espero en la puerta.

La gallega levantó una ceja.

- ¿Pero tú estás loco? ¡Qué ya mismo va a atardecer!

Hugo la miraba quejarse sin dejar de sonreír.

- Tienes cinco minutos, si no estás me voy sin ti.

- ¿Pero y qué le digo yo a los chicos? - insistió ella que quería respuestas.

- Tranquila, les he dicho que me ibas a enseñar un lugar y que volveríamos más tarde.

- Pero ¿te das cuenta de que cuando volvamos nos van a hacer un interrogatorio?

- Pues tú te las ingenias con ellos luego - le giñó un ojo divertido -. Si total, eres tú la que se supone que me va a enseñar algo.

- Dios mío, Hugo, no sabes lo que te estoy odiando ahora mismo.

- Tres minutos y me voy - rio él.

La chica resopló pero aún así corrió a ponerse los zapatos de manera apresurada. ¿Qué estaría tramando el chico?

Llegó a la puerta de nuevo preparada y el chico la esperaba sin borrar su sonrisa.

- Vaya, genial - le dijo -. Te ha sobrado medio minuto.

- Eres imbécil - se quejó ella sonriendo.

Ambos rieron.

- Venga ligera, que no llegamos - avisó el rubio mirando al cielo.

Agarró la mano de la chica y tiró de ella hacia la calle cerrando la puerta.

Anduvieron cosa de cinco minutos de la mano, ella pidiendo explicaciones y él haciendo oídos sordos mientras sonreía.

Poco después, Hugo paró en seco.

- Toma - dijo tendiéndole un pañuelo blanco -, tienes que ponértelo para seguir.

La chica volvió a mirarle, como tantas veces aquella tarde, extrañada y sin entender.

- Me niego - dijo cruzándose de brazos -. Dime dónde vamos, por favor.

Él rio.

- Tú allá - contestó para seguir caminando.

Oyó el resoplido de la gallega a su espalda y sonrió victorioso.

- Espera - le gritó ella -. Pónme eso anda.

Tras colocarle el pañuelo sobre los ojos y asegurarse de que no veía nada, Hugo la guió por la calle hasta que llegaron a la playa.

Eva supo que estaban en dicho lugar cuando el chico le pidió que se quitara los zapatos y los calcetines, y sintió la arena fría sobre sus pies.

- ¿Qué hacemos en la playa? ¿No iremos a bañarnos, verdad?

El chico rio.

- Mujer, estoy loco pero no tanto - contestó -. No me apetece morir de hipotermia tan lejos de mi pobre madre.

Así que pasen cinco años.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora