Capítulo Tres

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Los aposentos donde los tres magos maestros vivían y estudiaban estaban ubicados en la torre noroeste del castillo. Wheein me dejó en la entrada. Si el maestro Choi me había convocado, era por un asunto que deseaba tratar en privado.

Me paré frente a su puerta y me concedí solo un instante para disfrutar del sol que entraba a través de las vidrieras de la ventana orientada al oeste.
Meses atrás me habría encantado visitar el despacho del maestro Choi. Habríamos jugado a El Basilisco y la Mangosta y él me habría hecho creer que había ganado para luego robarme todas las cartas en la última mano. Y, si no hubiéramos jugado a las cartas, nos habríamos pasado horas estudiando mapas y discutiendo estrategias sobre patrullas y las tropas legionarias. Él siempre había sido muy cálido conmigo, pero en los
últimos tiempos nuestras conversaciones se habían vuelto cortas y cansadas. No había cartas. Ni siquiera una taza de té de raíz de shassa.

La culpa no era suya, desde luego. Todo era a causa de aquella interminable guerra. Más y más tropas perdidas. Más y más ocasiones en las que Choi se marchaba en mitad de la noche a sofocar las llamas de la ciudad con su magia acuática elemental. Más y más reuniones del Consejo con los demás magos maestros para decidir qué hacer a continuación.
No era de extrañar que no tuviera tiempo para el té o para un simple juego de cartas. Especialmente con princesas que seguían perdiendo a compañeros.
Cuando llamé a la puerta, la voz profunda del maestro Choi contestó:

-Pasa, Yongsun.

Abrí la pesada puerta de madera y dejé que se cerrara tras de mí.
Su despacho estaba igual que siempre. Mapas de los cuatro reinos y diagramas elementales que solo los magos podían comprender decoraban los muros de piedra. Una torre de tazas de té usadas se balanceaba precariamente en el borde del escritorio mientras que pilas de libros cubrían casi todo el suelo y, en alguna parte, en medio de todo aquel desorden, un pájaro piaba sin cesar.
El maestro Choi estaba sentado en su escritorio inclinado sobre un montón de cartas. Vestía su habitual túnica esmeralda varias tallas más grande. A juzgar por la mancha en el cuello, las arrugas y las migajas de su tentempié favorito de medianoche, tartaletas de bayas de jengibre, esparcidas por los pliegues de su túnica, probablemente había trabajado toda la noche.

-Toma asiento -indicó sin levantar la vista.

Permanecí de pie y observé cómo su pluma se deslizaba por el pergamino. Con los ojos todavía en las cartas, dijo:

-Bueno, de acuerdo, quédate de pie.

-Maestro, no es por falta de respeto. Solo quiero que me toméis en serio.
Esta vez levantó la mirada. A pesar de que era uno de los magos maestros más ancianos, el cabello de Choi aún no se había vuelto completamente gris. Aún conservaba mechones negros en su barba bien arreglada y en su trenza.

-Mi querida Yongsun, te lo aseguro, siempre te tomo en serio. Tanto si estás sentada lanzándome dagas con la mirada o de pie lanzándome dagas con la mirada. -Sonrió, sumergió la pluma y continuó su carta.

Con las orejas hormigueándome de calor ante su velada regañina, me senté y me concentré en mis rodillas. Finalmente, después de sellar la carta con cera y de colocarla encima de otras cartas que habían de ser enviadas, se enderezó y cruzó las manos por dentro de su túnica.

-Con respecto al príncipe Seung-Ho..., mi más sentido pésame.

Sus palabras hicieron que la escena de los recuerdos de Chorong volviera a la fuerza a mi mente. Vi al duende, con el ojo izquierdo horriblemente mutilado por la espada de Seung-Ho, lanzando su misteriosa maldición y los rayos verdes que habían envuelto a mi príncipe mientras el duende desaparecía entre el humo.
Dirigí la mirada de la pila de cartas en su escritorio a la cara de Choi.
Me estaba mirando con esos ojos grises que me conocían tan bien. No tenía que fingir con él. Y no tenía que decirle cómo me hacía sentir la pérdida de Seung-Ho. Como si el duende hubiera tallado personalmente un pedazo de mi corazón con sus uñas como garras.
Él lo sabía. Choi no necesitaba lágrimas ni quejidos. Necesitaba que yo fuera fuerte. Que estuviera centrada.

La Princesa y La Hereje (Adaptación Moonsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora