Treinta y dos

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Era como si hubiera pronunciado un hechizo sagrado. Ante la mención del nombre de la Reina Sagrada, Hyejin arrancó sus manos de mi garganta.

—Tú… lo has visto. Lo sabes. —Me miró, sus ojos violetas muy abiertos por el horror.
Me froté la garganta. Byul me gritaba a través del muro de llamas púrpuras. Quería gritarle que corriera, que me abandonara. Porque sabía que quien estaba de pie frente a mí nunca dejaría que ninguna de nosotras saliera viva de allí.

—Eres Kim —susurré—. Eres la Reina Malvada.
Aunque lo había visto, no, lo había experimentado, no podía creerme mis propias palabras. No podía ser verdad. La Reina Santa, mi hermosa y poderosa antepasada, no podía ser la Reina Malvada. Eso significaría que todo, todo era una mentira. La historia de los Reales era incorrecta.
No había sido la primera heredera. El cuento de los Románticos también se equivocaba. Tampoco había sido Sojung.
La Reina Malvada había sido Kim Doyeon desde el principio.
Hyejin, o Kim, quienquiera que fuera, se sujetó los lados de la cabeza y tiró de su pelo negro, su rostro retorcido tanto de dolor como de furia.

No soy esa patética debilucha —siseó entre dientes—. Soy la parte de ella con la que no podía vivir.

Mi estómago se retorció de asco al recordar cómo la daga se había hundido en el pecho de Kim, cómo ella les rogaba a los enanos que se lo quitaran, luego a la joven en el altar con los ojos violetas resplandecientes.
Y lo supe. Supe lo que era ella.

—Eres su Corazón.

Ante mis palabras, Hyejin dejó escapar un grito inhumano y sus hombros y brazos ardieron con un fuego púrpura mientras se lanzaba sobre mí. Pero aquella vez estaba preparada. Agarré un fragmento del espejo roto contra el que me había lanzado y, cuando sus brazos ardientes se abalanzaron sobre mí, la apuñalé profundamente con el fragmento en el muslo. Ella pegó otro grito y las llamas que nos separaban de Byul y Wheein se debilitaron. Byul corrió y saltó por encima del fuego y se posicionó a mi lado, con la espada desenvainada, en segundos.

—¿ Qué eres? —le gruñó a Hyejin mientras yo desenvainaba con torpeza mi espada.
Ella se presionó los dedos contra las sienes y respiró con dificultad mientras la sangre goteaba del fragmento de espejo alojado en su muslo. A través de una cortina de pelo negro, me miró fijamente, aquella vez con unos ojos de un bonito tono bruno.

—No… no puedo… corred. Corred —gimió ella.
Hyejin todavía estaba allí en algún lugar, luchaba por mantener a raya a la Reina Malvada. Como la joven sobre el altar de piedra en el mundo del espejo, Hyejin no era más que una víctima: una anfitriona para el Corazón de la Reina. Estaba poseída. Pero Byul no tenía ni idea, así que, cuando se lanzó hacia delante con su espada, creyó que estaba atacando a alguien malvado, a una bruja tal vez, pero no a una chica inocente poseída por la Reina Malvada.
Sin pensarlo, me abalancé frente a ella para detener su espada con la mía, y nuestras espadas chocaron con un estridente eco metálico.

—¿Qué haces? —me gritó Byul.
¿ Qué estaba haciendo? Debería dejar que Byul la matara mientras estaba débil, mientras la posesión no se apoderara de ella. Pero entonces…
entonces estaríamos matando a una inocente. Alguien a quien habíamos jurado proteger. Alguien que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por el bien de las personas que amaba.
Antes de que pudiera responder, Hyejin dejó escapar otro aullido de agonía y las llamas violetas de la cueva parpadearon y nos sumieron a todos en la oscuridad.

—¡Wheein! —grité.

—¡Estoy aquí! —respondió. Su voz sonó cerca.

—Ese maldito espejo. —Una voz inquietante resonó en la oscuridad, como si el corazón de Kim estuviera en el aire más que dentro del cuerpo de una chica inocente—. Si mi otro yo no hubiera sido tan débil, si no hubiera estado tan asustada de que su precioso príncipe descubriera qué había hecho, nunca habría eliminado todos sus recuerdos de mí y no los habría encerrado en uno de los espejos de los enanos. —La voz era ronca y trabajosa, como si supusiera un esfuerzo pronunciar cada palabra, y tal vez lo era. No sabía cuánto poder requería una posesión completa de un alma.
Por debajo de sus palabras, se oía cómo arrastraba los pies. ¿ Qué estaba haciendo?

La Princesa y La Hereje (Adaptación Moonsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora