Capítulo Dieciocho

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LA REINA
Y SUS DESCENDIENTES

“Nacida bajo el acebo, nacida bajo el cardo,
acurrucadas en mantas de nieve. Una niña de la luna,
una niña del sol, juntas juegan y crecen.
En lo profundo de los bosques y en los campos dorados
un joven y valiente cazador encuentran. Una doncella de amor,
una doncella de odio,
tres nunca pueden cantar un dueto.”

Extracto de una balada Romántica.






























Cuando por fin se dispersaron las nubes a media tarde del día siguiente, partimos hacia el oeste para volver a nuestra ruta principal. Byul nos condujo a través de los árboles y la maleza con facilidad, sin mirar apenas las marcas que había hecho. Era como si ya se conociera aquel bosque como la palma de su mano.
Mientras viajábamos vimos la devastación que había provocado la tormenta de la noche anterior. El hielo, en una forma u otra, parecía estar en todas partes: láminas sobre la corteza, carámbanos que colgaban de las ramas, y se habían abierto enormes grietas donde el suelo se había resquebrajado que mostraban raíces congeladas, así que tuvimos que desviarnos varias veces. Yo solo esperaba que la tormenta se hubiera quedado en el bosque y no se hubiera movido hacia cualquier pueblo cercano.

—La verdad es que me estoy cansado de estos árboles —murmuré, y aparté a un lado una rama—. ¿Cuánto más crees que tardaremos en salir de este bosque?

Wheein sacó nuestro mapa de una de sus alforjas. Lo desplegó y suspiró.

—Al menos otro día más.

—Si tenemos suerte, llegaremos a alguna de las áreas despejadas al anochecer —dijo Byul sin mirar atrás.

Wheein me entregó el mapa para que lo verificara por mí misma y, con un rápido vistazo, vi que tenía razón. El bosque en el que estábamos ocupaba gran parte del centro del mapa, se alargaba de este a oeste con dibujos pulcros de árboles que señalaban las zonas boscosas. Había pequeños parches de bosque sin árboles dibujados. Pequeños, pero definitivamente estaban ahí.

—Sí, hay algunos más adelante. —Pasé el dedo por el mapa y me detuve en un pequeño grupo de casas—. Deben de ser las áreas de las que este pueblo obtiene la madera.
Mientras me inclinaba para meter el mapa en la alforja de Wheein, le dije:

—Me sorprende que recuerde eso de nuestra reunión con el comandante Kangjoon. Apenas prestó atención.

—Lo he oído —respondió. Wheein y yo nos reímos.

Byul echó atrás la cabeza y contempló el cielo.
—Sin árboles por encima, parece que esta noche podremos ver las estrellas.
El cielo por fin estaba despejado, quizás incluso se veía una rendija de la luna nueva. Aunque en realidad mi entusiasmo por el vasto cielo nocturno provocaba que el día y nuestros viajes solo se me hicieran más largos. Noté
que mi mente divagaba varias veces a medida que dejábamos atrás árbol tras árbol.

—¿De dónde crees que viene? Me refiero a de qué reino —le pregunté a Wheein cuando nos detuvimos para que los caballos tuvieran oportunidad de abrevar en un arroyo cercano. Era la hora del ocaso y los árboles por fin empezaban a ser más delgados.

—¿La maga? Nunca la he visto en Yeon. —Wheein se encogió de hombros—. Tampoco he oído rumores sobre una maga joven.

—Lo que es seguro es que ha estado en el oeste —dijo Byul, que se lavaba las manos en la corriente y se salpicaba agua en la cara. Hizo una mueca—. Está congelada.

La Princesa y La Hereje (Adaptación Moonsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora