Capítulo Dieciséis

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Me desperté entre toses. Una sombra había caído sobre mis pulmones, mi Sentido ardía con la amenaza de otra criatura oscura. Pero esa sensación...
se parecía más a una niebla que a una fuerte lluvia. Lo había sentido muchas veces cuando patrullaba, sabía lo que era.
Mi tos despertó a Byul y se incorporó con una mano en su espada.
Cuando se dio cuenta de que no había una amenaza inmediata, se agachó a mi lado.

-¿Qué pasa? ¿Se acerca algo?

-Solo unas arpías de gorrión. Toda una bandada. Deben de estar cerca.
Ante mis palabras, Wheein, que había estado vigilando, hizo una mueca de asco.

-Odio a esos bichos. ¿Hay alguna manera de que podamos evitarlos?

Yo fruncí el ceño.

-No deberíamos perder el tiempo intentando esquivar a la bandada con mi Sentido.

Byul me miró a mí y luego a Wheein.

-¿Arpías de gorrión? Creía que solo salían de noche.

Asentí.

-Por lo general sí, pero las arpías de gorrión a plena luz del día es una señal de que una poderosa fuerza oscura se está acumulando, como...

-Como un huevo de Dragón Negro. Lo pillo. -Byul suspiró. Me tendió las manos y se las agarré y dejé que me ayudara a ponerme de pie.

-¿Estás bien para...?

-Por supuesto que lo estoy. Solo son arpías de gorrión. -Me pregunté si dejarme a solas con el grifo le había afectado de verdad.

-¿Estás segura? Podría...

-Byul, no es que no aprecie toda esta atención, pero estoy acostumbrada a llevar esta carga, ¿recuerdas? Eres mi sexto compañero.
Ante eso, me soltó las manos, las puntas de sus orejas se pusieron rosas.

-Cierto. Por supuesto.

Enseguida estuvimos de nuevo de camino a través del bosque. Aunque Byul no hizo ningún movimiento para tocarme, sentí que su mirada se centraba en mí de vez en cuando. Me sentía un poco avergonzada de la forma en que los nervios de mi estómago revoloteaban cuando la pillaba mirándome o de la forma en que seguía volviendo mentalmente al momento en el que mis manos habían estado en las suyas. Pero entonces una saludable dosis de miedo me invadía, miedo a perder el control, y me sentía yo misma otra vez.
Dos horas después, oímos el aleteo de las alas. Cientos de ellas, si no miles. De hecho, sonaba más como un zumbido.
Los tres desmontamos a la vez. Avanzamos unos pasos más a pie, luego Byul se detuvo.

-¿Deberíamos atar a los caballos?

Yo dudé.

-Las arpías de gorrión no tocan a los vivos. A los caballos no les gustarán, pero, si las arpías están devorando algo, no podemos esperar.

-¿No hay forma de echarlas?

-Ninguna con la que vayas a estar de acuerdo-murmuré.

-Está bien, entonces los caballos vienen con nosotros. Byul empezó a avanzar. Yo fruncí el ceño, pero no protesté.

El zumbido se volvió imposiblemente fuerte. Me aporreaba las orejas, resonaba en mi cerebro y hacía que los dientes me castañearan.
El cielo estaba plagado de arpías. Grandes enjambres de criaturas negras con alas de murciélago del tamaño de gorriones, si los gorriones fueran toscos y grotescos. Tenían cabezas diminutas y brazos y piernas endebles, sus alas negras y coriáceas soportaban su peso, que en su mayoría provenía de sus gigantescos estómagos. Algunas planeaban, otras se lanzaban hacia abajo y otras volaban por el aire como moscas. Sus alas eran un borrón.
En medio del bosque había una gran pradera y a lo largo de ella podía verse... una masacre.
Los cadáveres cubrían la hierba alta y aplastaban todo lo que crecía con sangre y más sangre. No se trataba de personas, gracias a la Reina, sino de una manada de ciervos rojos. Las majestuosas criaturas habían sido asesinadas por una bestia oscura, pero era difícil saber cómo habían sido asesinadas, ya que las arpías de gorrión habían picoteado sus cadáveres hasta llegar a los huesos plateados. Cualquiera que fuese la criatura que los había matado tenía que ser rápida para capturarlos, posiblemente grifos del aire o serpientes de hierba alta.
Las arpías bajaban en picado y zumbaban y hurgaban en la carne del venado, pero no nos prestaron atención. Las arpías de gorrión vivían solo para el aroma de la muerte y la sangre fresca, no para el de los sanos ni los vivos. Eran carroñeras.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. El olor metálico de la sangre y la carne en descomposición flotaba en el aire. Pero la vista era lo peor. Los ciervos rojos serbales eran criaturas sagradas, por lo que rara vez se los cazaba y, cuando se hacía, se utilizaban todas las partes de sus cuerpos: su pelaje, carne, astas de plata y huesos, que se convertían en grandes armas para la Legión. Pero, más que nada, eran criaturas dulces y gentiles. Se decía que su aliento en el frío aire invernal formaba las ráfagas de viento que viajaban hasta los mares de Jeju.
Era una tragedia para la que no había palabras. Me cubrí los ojos con las palmas, las lágrimas se aferraron a mis manos y tragué unas pocas veces más. Wheein se volvió y le entraron arcadas. Byul estaba de pie algo más adelante, aferraba las riendas de Daebak y contemplaba la masacre con la mandíbula apretada y un ligero brillo en su pálida piel. Después de un momento de silencio, dijo:

La Princesa y La Hereje (Adaptación Moonsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora