26. Hacia lo desconocido.

72 10 3
                                    

Kagami solía tener una rutina diaria tan pesada que a cualquier doncella de alcurnia le habría parecido peor que infernal. Su día empezaba antes de que naciera el sol y era entonces cuando aprovechaba para hacer ciertas cosas que cualquier otra muchacha encontraría un poco descabellado. Todo había empezado aquella tarde en la que su hermano mayor se había marchado de la hacienda Rossi, dejándola sola en el mundo.

A ella le gustaba soñar con que él volvería algún día y esa era una de las razones por las cuales no se había marchado de la hacienda. La otra, claro, era que no creía poder sobrevivir como le gustaría fuera de esos cuatro muros, pero aquella noticia que el señor Rossi leyó una tarde en el periódico le devolvió el valor.

— ¡Una mujer! —Escuchó Kagami que exclamó el señor Rossi mientras ella disponía teteras y tazas de porcelana para la hora del té de los señores—. ¡Una mujer usando traje de caballero! ¡Con razón todo ha estado de cabeza en el reino!

La joven había escuchado que la noche en la que la señorita Lila perdió la oreja había sido una muchacha la que protegió al príncipe Adrien de los soldados del reino de la Estrella, que se había creído extinto hasta entonces.

— ¿Qué tiene que ver que el Caballero Rojo sea una mujer con lo que ha pasado? —preguntó pacientemente la señora Rossi, mientras se llevaba a los labios una taza inmaculada de la cual probó un sorbo de té verde.

—Las mujeres no deberían estar en barcos ni en el ejército, ¿qué no lo sabes, mujer? ¡Ustedes traen mala suerte!

—Eso son solo supersticiones baratas, querido—negó la mujer agregando un par de terrones de azúcar a su taza—. No tiene nada que ver.

—Ya lo verás. Hasta que no corten la cabeza de esa mujer, nada mejorará.

Kagami estuvo a punto de decirle algo al señor, pero se lo pensó mejor. Personalmente, a ella le intrigaba la valentía de aquella muchacha y le parecía bastante interesante su actuación, pues por un lado se decía que era una heroína que había protegido al príncipe en el ataque, y por otro, era conocida como una criminal que había conspirado para asesinar a la reina. Por supuesto que Kagami había escuchado los rumores de que el joven escudero del príncipe también había sido acusado de la conspiración en la que terminó muriendo la reina Emilie, pero todo el caso de la impostora había sido tan escandaloso que había logrado relegar a un segundo plano a aquel otro implicado, aún desconocido para Kagami.

Ella le restó importancia y se dirigió al jardín. En el lugar había una curiosa estatua de mármol que tenía la figura de un caballero apuntando al cielo con una fina espada de metal refulgente. Siempre que el sol salía, era la punta de su espada la primera en saludarlo. La joven accedió al jardín y se aseguró de cerrar bien la puerta de rejas de metal.

Debajo de un saco de abono guardaba el último objeto que su hermano había dejado atrás: una espada de una sola mano, de hoja filosa y pomo rojo, oscuro como un pozo sangriento. Ella no había vuelto a ver a su hermano desde que se marchara una mañana hacía ya cinco años, y desde entonces había tratado de no olvidar su rostro, pero cada día que pasaba se le hacía más lejano, como si fuese solo parte de un sueño distante, uno de aquellos sueños locos en los que era una princesa que cabalga un dragón azul que volaba entre las estrellas y que ella prefería ignorar.

La espada brilló cuando Kagami la desenfundó, y cortó el aire con un silbido cuando la blandió y danzó con gracia esgrimiendo contra un enemigo imaginario que la atacaba desde todas las direcciones. Una de las estocadas cortó de un solo tajo una ramita seca de un árbol de geranios rojos. El golpe había sido tan potente que una flor cercana también fue cercenada de su verde tallo y cayó al suelo.

Los Reinos Celestiales (Miraculous)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora