Del otro lado de la frontera del prospero reino del sol había otro reino, casi igual de grande y poderoso. De los cuatro Reinos Celestiales que compartían el territorio del continente, el reino del Sol y el reino de la Luna eran los más grandes respectivamente.
Desde siempre el reino de la Luna había disputado por terrenos con el reino del Sol, al este y el reino de las Estrellas al Norte. Sin embargo, un suceso muy extraño había ocurrido en este último reino, algo que había causado su destrucción en cuestión de una sola noche.
Este suceso era narrado y llamado "el cataclismo" por los trovadores y los bardos que solían contar las historias de cómo aquel reino que aunque no era tan grande, pero sí muy hermoso, había sido reducido a un montón de escombros y montañas que escupían fuego y cenizas.
En el salón del consejo del reino de la Luna, la reina había puesto hace muchos años sobre la mesa la idea de apoderarse de aquellas tierras que (ahora que no tenía ningún habitante) estaban disponibles para ser conquistadas. Sin embargo, todos se habían negado, porque creyeron que aquel mismo "cataclismo" podría también extenderse hasta su amado reino, como si fuera una maldición.
Sin embargo, para ese momento, ya casi quince años después de la catástrofe del reino de la Estrella y sin importar los intentos de la reina Anarka Couffaine de contactar con la realeza del reino de las Nubes quienes seguramente tendrían respuestas, pero que no estaban dispuestos a congeniar con ningún otro reino, causando que poco a poco la reina de la Luna empezara a dejar de lado su ambición por hacerse con aquellas tierras devastadas.
El príncipe sentado a la mesa del consejo, con la cabeza apoyada sobre la mano dejaba ver en la expresión despreocupada de su rostro, con sus ojos azules casi adormecidos que en realidad le interesaba muy poco los temas aburridos que se trataban allí, hasta que uno de los líderes habló, carraspeando para aclararse la garganta:
—Mi reina —dijo el hombre—, ha llegado ya el invierno, y en todas las casas del reino se espera porque el castillo de la bienvenida a la estación.
—Está bien. —Concedió la reina, que ya tenía planes para la ocasión. Miró de reojo a su joven hijo que daba vueltas a una pluma entre sus dedos, distraídamente—. Envíen invitaciones a todas las casas nobles. Especialmente a sus doncellas. Organizaremos un baile de invierno por todo lo alto, para buscarle esposa al príncipe Luka.
El aludido, inmediatamente, levantó la vista e inquirió, anonado:
— ¿Qué?
—Es hora, mi amor. —Le dijo la reina, su madre—. Tienes dieciséis años y ya es hora que consigas un compromiso formal con una dama bella y apta para que en un futuro no muy lejano asuman juntos la responsabilidad del reino. Yo ya estoy volviéndome vieja y no tengo a tu padre para que me ayude con la responsabilidad del reino.Luka entornó los ojos azules.
—Pero, madre, yo...
—Tu nada. Que las invitaciones sean hechas para mañana y entregadas a todo el pueblo. Dicho esto, declaro la sesión terminada.Luka iba a levantarse para volver a sus aposentos, pero su madre lo detuvo.
—Espera, hijo.
Él obedeció. Enternecida, su madre lo tomó de las mejillas y lo obligó a mirarla a los ojos.
—No quiero que te enojes, pero bien sabes que esta es tu responsabilidad, tu difunto padre te habló muy claro de ello cuando aún vivía.
—Sí, madre. Lo sé.
—Sé que por ahora no te parece muy gracioso, pero ya verás. Te elegiremos una doncella muy noble y bonita. Te prometo que vas a amarla.Él asintió y fue a sus aposentos.
Su hermana estaba sentada en la ventana, escribiendo tal vez la letra de alguna canción. Ella era una chica muy tímida y de unos hermosos ojos y pelo largo, aunque casi siempre estaba callada y parecía mirar casi todo el tiempo al cielo con melancolía a través de su ventana. Luka suspiró y siguió su camino. Se dejó caer en la cama, demasiado fastidiado.
Eso de ser un príncipe responsable verdaderamente no era algo que fuera con él, aunque siempre se esforzaba por obedecer a su madre en todo lo que le pedía. Por su puesto que en esta ocasión no iba a ser la excepción, así que, resignado, se acercó a un cofre de caoba que guardaba debajo de su cama y lo abrió.
Dentro, una hermosa lira de fina madera de ébano reposaba sobre unos cojines azules con bordes de hilo de plata. Aquel instrumento era el favorito de su difunto padre, con el que solía cantarles a sus hijos en las noches, sin importar que tan cansado estuviera por las responsabilidades reales de su día a día. El príncipe Luka sonrió, llevándose un mechón de pelo largo y oscuro detrás de la oreja con el cual solía cubrir el diminuto zarcillo que decoraba su oreja. Le gustaba mucho arrancar notas de aquel instrumento, pero claro que no dentro de esas cuatro paredes donde el sonido rebotaba y no había ningún corazón —excepto el suyo— al cual se acoplase la melodía.Tomó el instrumento y se envolvió en una desgastada capa que guardaba escondida junto con la lira. La ventana le dio salida y una vez fuera, con mucho sigilo se mezcló entre los bufones, bardos y comerciantes para por fin llegar a las afueras de la ciudad.
Recorrió las calles abarrotadas escuchando las historias que contaba la gente y los cuchicheos de las señoras por allí por donde pasaba. En el escaparate de la tienda de una joven costurera vio un bonito vestido de color morado que se imaginó se vería muy bonito en su hermana.
Por otra parte, no era la primera vez que Luka salía disfrazado de bardo a recorrer la ciudad por lo que sabía que siempre y cuando nadie lo reconociera, no había problemas. Se sentó muy cerca de una fuente frente a costurería donde empezó a tocar una de sus melodías favoritas, la que su padre entonaba al llegar el invierno. Algunos enamorados pasaban cerca y se quedaban escuchando la música de manos cruzadas y otros, más osados, hasta cantaban la letra de la canción. Al final la gente le aplaudió y el príncipe aceptó una rosa que le ofreció la joven aprendiz de costurera, una bonita chica de enormes ojos azules y pelo rubio muy corto.
—Esa canción solía cantarla mi madre cuando yo era pequeña. —Le dijo la chica, con una sonrisa melancólica—. Muchas gracias, a ella le gustaba mucho el invierno, por eso siempre la recuerdo en estas fechas.
—Me disculpo por traerte recueros tristes.
—No, para nada. —Negó la chica, su voz era un poco chillona, pero no parecía mala persona—. Recordar a mi madre sonriendo y cantando también me pone feliz a mí.
Él le hizo una pequeña genuflexión y señaló el vestido que estaba en exhibición:
— Es un bonito vestido, ¿es solo de exposición, o está en venta? —no pasó desapercibido que la chica se sonrojó.
—N-no... no creo que a alguien vaya a comprarlo, por eso mi maestra lo puso ahí.
—Qué pena. A mí me parece que es muy bonito, y por alguna razón imagino que a la princesa Juleka le quedaría hermoso.
— ¿Enserio? —sus ojos grandes se pusieron aún más grandes cuando dijo esa palabra, sorprendida.
— ¿Por qué te parece tan extraño, o es que dudas de la destreza de tu maestra?
—N-no es eso... es que ese vestido lo he diseñado yo misma.
— ¡Vaya! Tienes mucho talento.
—Y... también lo he hecho pensando en la princesa. Pues una vez tuve la oportunidad de conocerla y no paré de querer diseñar algo que fuera con ella. ¿De verdad crees que ella lo usaría?
—Por supuesto. —dijo Luka, y sonrió pensando que tal vez algún día podía llevarse a su hermana a una de sus escapadas para que así pudiera hacer una amiga al fin. Iba a preguntarle su nombre pero la chica pareció recordar de pronto que estaba desatendiendo su trabajo y de la nada salió corriendo.
— ¡Adiós! ¡Espero poder escucharte de nuevo algún día!
Luka se rió y se despidió de ella sacudiendo la mano, levantándose para volver a su casa, pero entonces se dio cuenta de que algo andaba mal...
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Los Reinos Celestiales (Miraculous)
FanfictionMarién, un misterioso caballero del reino del Sol, se verá envuelto en un asunto de la realeza que lo llevará a una aventura en la que su verdadera identidad podría estar comprometida. . . . . Los personajes de Miraculous Ladybug son propiedad de Th...