4. Volver al castillo.

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En efecto, el príncipe solía escaparse desde que cumplió los quince años, cuando descubrió que era lo suficientemente astuto como para engañar a sus guardias, sin embargo, hasta entonces había corrido con la suerte de que su madre no se había molestado en ir a verlo a altas horas de la noche mientras él hacía su incursión furtiva a la ciudad.

La reina esa noche estaba preocupada por la actitud de su hijo en cuanto supo los planes que su madre tenía para él. Ella misma recordó cuando su padre le contó que se casaría con aquel príncipe sereno que conoció en uno de los bailes de invierno del castillo. Por su puesto que desde pequeña sabía que al ser la única hija de sus padres quienes fueron unos nobles pertenecientes al consejo del reino, la meta a la que aspiraba su padre era a conseguir una consorte apropiada para su hija que pudiera mantener el honor de su familia en alto, y aunque luego de eso pasaron muchas cosas, cuando por fin fue elegida como la prometida del príncipe del reino de la Luna estuvo muy confundida.

Ella siempre leía sobre aquellas damiselas que encontraban el amor y se casaban por nada más que eso, amor. Y sin embargo, debía casarse con alguien a quien apenas conocía y por más que su amorosa madre le dijera que podría construir aquel amor con el que soñaba, se le hacía algo sumamente imposible, hasta que se casó con él y descubrió la verdad: los libros mienten.

El amor no nacía de la nada, de las miradas, de simples roces supuestamente cargados de electricidad como decían aquellos libros. No señor, el amor era siempre más que eso y la construcción del mismo, cada día con esfuerzo y tolerancia por parte de cada uno podía lograr un sentimiento tan fuerte como las murallas de una fortaleza.

La reina Anarka sabía esto, y por tal razón, conociendo el enorme y puro corazón de su hijo asumió su responsabilidad doble, pues en su caso debía actuar tanto en rol de madre, como en el de padre.

«Ah, cariño...—suspiró Anarka, recordando a su difunto y amado esposo— cuanto me habrías ayudado en estos momentos...»

Entró a la habitación del príncipe con el objetivo de explicarle todo esto, pero al abrir la puerta, vio los postigos de la ventana sin cerrar, algunas cosas desordenadas, los cofres abiertos y, por sobre todo, la habitación totalmente vacía. A la reina no le tomó más de un segundo entender la situación como cualquier madre sensata haría. No le cabía ninguna duda, su príncipe había sido raptado.

— ¡Guardiaaaaaaaas! —gritó la reina. Desesperados y aterrorizados, todos los soldados cercanos a la entrada fueron a asistirle.
— ¿Mi reina?
—El príncipe Luka no está. ¡Buscadlo, buscadlo si no queréis estar muertos para el amanecer!

Todos corrieron a buscar al príncipe.

En ese mismo momento, Luka maniobraba la coartada que usaría para volver a burlar a los guardias y conseguir volver a sus aposentos, pero fue entonces cuando vio el tumulto de personas y el movimiento exagerado de los guardias.
— ¿Qué está pasando? —preguntó a un alfarero que cerraba su puesto en la plaza.
—Dicen que el príncipe Luka ha sido secuestrado por la gente del reino del Sol.

El muchacho, guarecido por su capucha, hizo un rictus, confundido. Su madre era muy exagerada y de seguro se habría puesto histérica inculpando inmediatamente al reino vecino con el cual mantenía una profunda e inexplicable enemistad. Era imposible hacer entrar en razón a su pobre madre cuando se ponía en esas formas, así que Luka valoró sus opciones. Se acercó a las lindes del castillo y vio que la seguridad era demasiado elevada.

Era incuestionable que no podía regresar sin exponer su secreto, aquel que le brindaba la poquísima libertad que tenía como príncipe, pues si regresaba en ese preciso momento, tendría que explicarle a su madre que solía salir en las noches disfrazado de bardo para poder tener un poco de libertad.

Los Reinos Celestiales (Miraculous)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora