21. Presentaciones.

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Kim caminó arriba y abajo por el muelle, sin lograr ver nada. Se suponía que los refugiados del príncipe Adrien arribarían en barco por la Bahía Azul, antes de que aflorase el alba, pero ya la bruma nocturna estaba por disiparse y no aparecía nadie más que las figuras de niebla que provocaban los choques de las olas contra las piedras de la costa.

— ¿Dónde demonios están?

—Ten paciencia. —Le dijo el hombretón. Su capucha negra estaba echada de modo que le cubría el rostro y, menos mal, se dijo Kim, pues estaría el triple de nervioso si aquellas cicatrices estuvieran a la vista. Por otro lado, el joven soldado miró al hombre con extrañeza. Desde que habían llegado al muelle, no paraba de dar vuelta a algo entre sus enormes dedos que parecían gruesas salchichas. Kim notó que se trataba de un guardapelo de un material bastante fino, para que una persona como él lo tuviera.

«Imagino que ser minero tiene ciertas ventajas...» pensó Kim, aunque pronto el hombre levantó la cabeza y guardó el colgante. Los dos miraron cómo de entre la bruma que ya casi se disipaba, un velero se asomaba a la orilla. A penas se vislumbraba la silueta de cuatro personas, pero mientras más se acercaban, más posible era distinguirlos.
Kim reconoció a la muchachita pelirroja que la reina Anarka había contratado para trabajar en las cocinas. Anteriormente no se había fijado mucho en ella, pues no parecía muy mayor, y el joven soldado no se apenaba en reconocer que siempre que se fijaba en una mujer era porque ponía cierto tipo de interés en particular. También la acompañaba un muchacho de piel oscura que Kim no conocía y el joven escudero del príncipe Adrien.

Cuando la última persona se bajó del bote, Kim tuvo que recular un segundo. Luka tenía razón, era una muchacha muy hermosa.

—Qué alegría que por fin hayan llegado. —Les dijo a sus nuevos acompañantes—. El príncipe Luka quiso mantener esto con la mayor discreción, así que solo hemos venido nosotros dos a escoltarlos.

—Es suficiente, al parecer. —Plagg silbó al ver la estatura del hombre encapuchado. Kim de inmediato le devolvió la sonrisita burlona, parecía que se llevarían bien.

—Entonces... —Kim hizo un gesto invitándoles a abordar la carreta tirada por enormes sementales de brillantes crines oscuras—. El príncipe Luka esperaba a sus invitados para antes del amanecer, así que debemos encaminarnos al castillo de inmediato.

—El golfo estaba más bravo que en otras ocasiones, por eso se nos alargó el viaje. —Señaló Max. El muchacho no podría volver al reino del Sol por el momento, pues si lo hacía sería acusado de conspirar junto a los exiliados así que ahora también era un compañero de destierro de Marinette y Plagg. Pero no era como si alguien estuviera esperándolo en casa. Esta era una aventura magnífica y él estaba feliz de servirle a su príncipe y a la valiente jovencita que había encarnado al Caballero Rojo.

El recorrido desde la Bahía Azul se llevó a cabo en silencio, pues ninguno estaba en el ánimo de empezar una conversación. Todos los viajeros prestaron su atención al hermoso paisaje que los recibía. Desde la bahía azul hasta la capital del reino de la Luna se extendía un hermoso predio, azotado ya por el inminente invierno. Max, el navegante, señaló que la primera nevada estaba a nada de caer. Un viento gélido los azotaba desde el este, vapuleando los árboles otoñales que soltaban sus pocas hojas rojizas y pintaban el suelo con su color.

La salida del sol no hacía más que embellecer el espectáculo y grabar el momento en la memoria de cada uno, momento que por su puesto se le haría bastante difícil a Marinette de olvidar. Tal vez la situación no fuera tan extraña para Plagg, pero en el caso de Marinette resultaba tan increíble que se le pasó el pensamiento de que jamás podría olvidar aquel fatídico día.

Los Reinos Celestiales (Miraculous)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora