Marien, en su armadura roja parecía mayor de lo que realmente era.
—Te vas a encontrar un problema un día de estos.
—No es asunto tuyo. —respondió el caballero rojo.
Alya, de una hermosa piel morena y ojos avellana sacó su cuaderno de notas y apuntó una fecha.
—Te lo dije justo el 7 de diciembre a las siete treinta, el clima estaba nublado y lluvioso. Ya verás. —señaló la morena anotando cuidadosamente mientras balbuceaba y luego se cruzó de brazos para espetarle a la cara—: Cuando te metas en un problema por tus delirios de heroica estupidez, voy a buscar la página número... —volvió a consultar su libreta que solía enumerar a mano para mantener todo en estricto orden—...26 de mi agenda y voy a restregarla en tu cara con un enorme TE LO DIJE.—Descansa, Alya.
—No te voy a cubrir más.
—No lo hagas. Vendré a media noche.
Con un movimiento demasiado ágil, envainó una espada larga de hoja fina y la enganchó de su correa negra.
—Haz lo que quieras. —la chica giró los ojos y vio al caballero marcharse por la ventana.
La ciudad era muy hermosa vista desde los tejados.
Al caballero le gustaba mirar el castillo desde la cima de la basílica, donde disfrutaba de una vista panorámica de la ciudad.
Al este, muy cerca de su casa, vio que unos soldados habían quitado su lanza a un joven escudero al tiempo que lo empujaban y maldecían.
— ¡Jo! Niño rico—decía uno de los bravucones—. Te queda muy grande esa armadura. ¿De qué es? ¿De oro?
Marien sabía que los soldados que venían de familias pobres solían tomar esas actitudes en contra de los recién armados caballeros, peor aún si dejaban entrever su estatus con armaduras y armamentos tan sofisticados como los que llevaba aquel muchacho, que ciertamente no eran de segunda mano, como los del resto.
—Déjalo. —dijo una voz, todos miraron a las sombras de donde salió, incluido el caballero rojo que se había sobresaltado antes de que pudiera intervenir.— ¿Tú quién eres?—lanzó uno de los soldados, bufando. Era un hombre regordete, su cabeza parecía demasiado pequeña al sobresalir del peto desgastado de su armadura, y su cara estaba cubierta por una espesa barba, más que hombre, Marien, el caballero rojo, podría decir que parecía un oso.
De las sombras, se asomó un caballero de armadura negrísima, era alto y llevaba una espada de pomo dorado. No parecía para nada afín al caballero rojo, que se vestía con armadura robada de un ataúd y se embutía con acero humilde como el de los bravucones.—Es otro niño rico, seguro. Mira el brillo de esa espada. ¿Seguro que sabes desenvainar eso? —otro soldado, que le había arrebatado la lanza al joven escudero, lanzó esta al suelo y mostró el filo de su alabarda recién pulida a mano como reto.
El caballero desconocido que refulgía de negro, sin mediar palabra sacó su espada y en cuestión de segundos, todos los soldados estaban inconscientes, en el suelo. Marien no tuvo que intervenir. Por un momento, el joven escudero se quedó inmóvil y solo entonces Marien salió a la escena.
— ¿Quién eres tú? —le preguntó al héroe anónimo que envainaba su arma y casi se marchaba. Pero antes de que pudiera darle una respuesta, el escudero se aproximó a ellos haciendo una reverencia profunda.
—M—muchas gracias, señor. — Se quitó el casco e hizo una genuflexión a ambos guerreros, al rojo y al negro, que se miraban en silencio.
— ¿Tú qué haces aquí a estas horas, Nino? —preguntó Marien cuando el joven se quitó el casco y pudo verle el rostro por fin.
—Trataba de visitar a una joven. Pero mi padre no me daba el permiso, así que tuve que hacerme pasar por un escudero.
—Eso es muy arriesgado. ¿Puedo saber quién es esa joven?
—Alya Césaire. La del periódico.Marien dio gracias al cielo por la armadura que tergiversaba su voz, porque cuando dijo lo siguiente, lo hizo con demasiada ternura.
—Eso es muy valiente, Lahiffe. Pero es muy tarde y tu padre se enojará si no vas pronto al castillo. Anda, ve a casa.
—S—sí, como diga. Gracias, Sir Marien.Recogió su lanza del suelo para marcharse inmediatamente, haciendo reverencias. Marien volvió a mirar a su acompañante desconocido.
—No sé quién seas, pero déjame decirte que si vas a asumir esta responsabilidad, es una promesa que va por encima de todo. De tu vida, de ti mismo...Sin decir palabra alguna, el caballero oscuro volvió a sacar su espada y se arrodilló poniéndola a los pies del caballero rojo.
—Siempre he oído historias de usted, Sir Marien. —La identidad de aquel valiente era algo que Marien no pretendía conocer, pero su forma de hablar era igual a la de Nino, bien parecía haberse criado entre los muros de un castillo—. Y ha sido para mí un héroe más valiente que cualquier guerrero curtido de los dos reinos. Permítame ser su aprendiz, sería un gran honor.Halagado, el caballero rojo sacó su espada (no tan buena como la del valiente que pedía su unción) y tocó con la punta, la hombrera derecha, luego el casco y por último la hombrera izquierda, que resonaron con un tañido metálico al son de cada toque.
—Necesitas un nombre, caballero. —él se levantó, demostrando ser más alto que Marien.
Pareció cavilar un segundo, luego del cual dijo con seguridad:
—Chat Noir.***
Hasta más de media noche, estuvieron los caballeros recorriendo toda la ciudad. Luego se despidieron y fueron cada uno a sus hogares que, sin saberlo, eran tan distintos.
Marien entró con sigilo por la ventana por donde antes había salido y sonrió al ver allí a Alya dormida sobre su cama con la libreta negra abrazada al pecho.
—Siempre me cubres. —le susurró. Se sentía muy feliz al saber que ella y Nino realmente se amaban y que el chico se atrevía a correr tales riesgos solo por verla.Se quitó la icónica armadura roja y la guardó en un cofre (también sacado de unos escombros) junto con su espada bajo la cama. Se duchó con agua bien fría y antes de dormir el espejo le dio su reflejo:
Unos ojos grandes de un azul profundo, una piel blanca como el polvo del trigo y un pelo muy negro, amarrado en una trenza que le permitía al casco sostenerse a su cabeza.
Así es.
Marien no era un caballero sino una hermosa doncella llamada Marinette que no había aceptado el mandato de las leyes que recaen sobre las mujeres.Ella era una guerrera y lo sería aunque el rey pusiera recompensa a su cabeza.
«Se lo debo a mi padre.» Era lo que siempre se decía antes de dormir y lo recordaba para darle fortaleza a su alma.
«Te lo debo a ti, papá.»Se recostó junto a su amiga, y en poco tiempo estuvo dormida.
***
En otro lugar, en un castillo, había llegado un caballero con sigilo a la habitación de un príncipe.
La armadura negra cayó al suelo con estrépito y el príncipe, exhausto, cayó por otro lado sobre la cama.
—Mi joven príncipe se ha tardado. —Plagg, su joven escudero se encargaba de cubrirlo cuando él salía.—Debiste haberlo visto, Plagg. El caballero rojo es increíble. Es...
—Sí, sí. —Hizo aspavientos el muchacho—. Mañana se repartirán historias y canciones sobre una sombra negra que acompañaba a un destello de sangre.
—Muy gracioso. —Se quejó el príncipe de pelo dorado, sin fuerzas para levantarse de la cama y mucho menos para rodar los ojos verdes como hacía siempre que su compañero hacía un comentario indeseado—. Pero no soy una sombra, Plagg. Sir Marien me reconoció, soy Chat Noir.El muchacho de pelo negro estalló en una carcajada.
— ¡Chat Noir! ¿No había un nombre más ridículo?El príncipe, con el ceño fruncido, cerró los ojos y cedió al cansancio.
Se sentía muy bien haber sido libre por una noche. Después de todo, era todo lo que siempre había soñado. Conocer al caballero rojo y volverse su aliado, era un potencial respaldo a su alegría.
Por una noche, al menos, dejó de ser el perfecto príncipe Adrien del Reino del Sol y fue alguna vez como el guerrero que más admiraba.
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Los Reinos Celestiales (Miraculous)
FanfictionMarién, un misterioso caballero del reino del Sol, se verá envuelto en un asunto de la realeza que lo llevará a una aventura en la que su verdadera identidad podría estar comprometida. . . . . Los personajes de Miraculous Ladybug son propiedad de Th...