36. Alguien en quien confiar

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Ryuko estaba nerviosa.

Hacía varios días ya que evitaba a Adrien a toda costa, no había asimilado del todo aquella declaración suya y ahora menos luego de haberse precipitado y haberlo golpeado. ¡Por Dios! ¿En qué estaba pensando? ¡Había golpeado al príncipe!

—Bueno... Él se lo buscó, ¿No? —se dijo ella mientras caminaba de un lado a otro en su habitación. Aún no habían conseguido un puesto decente que correspondiera a su nuevo rango, pues luego de ser armados los nuevos caballeros debían ser presentados ante el rey para completar su ceremonia de iniciación... Pero esos días el padre de Adrien había estado demasiado ocupado en algún asunto privado que, al parecer ni su propio hijo conocía.

Sin saber lo que pasaba por la cabeza de la muchacha, Adrien esperaba con ansias a su padre. Ya llevaba varios días sin verlo, desde antes de la ceremonia de Ryuko, pues el rey le había puesto trabajos un poco alejados de sus habitaciones, como afilar y lustrar armas y escudos, o llevar recados. El asunto era que, al parecer, Gabriel quería mantener a su hijo lo más alejado posible de su espacio físico y Adrien no tenía idea del por qué.

Así que esa mañana se había decidido a hablar con él a como diera lugar... Si estaba en lo cierto y Ryuko era en realidad una sobreviviente de la dinastía Cheng del reino de la Estrella, entonces el rey Gabriel debía brindarle de su seguridad hasta que pudieran demostrarlo.

Adrien desconocía si su padre estaría o no de acuerdo con aquella idea, pero a pesar de lo distante que se estaba portando en esos días, al fin y al cabo él era su padre, ¿no? Por supuesto que iba a apoyarlo...

Por un segundo, Adrien se descubrió pensando, muy en el fondo, en que aquello no era así.

Había sido su madre quien siempre lo apoyaba y cuidaba de él. Desde que Adrien tenía uso de razón, su padre había sido el mismo gélido bloque de hielo... ¿Qué lo había hecho pensar que ahora que no estaban las cálidas manos de su madre para ablandarlo él lo escucharía?

A punto estuvo Adrien de marcharse de allí con el rabo entre las patas y renunciar a tratar el tema con su padre, pero cuando casi doblaba el pasillo vio que la tal Nathalie se apresuraba a los aposentos del rey. Él se escondió detrás de una estatua enorme de un caballero que guardaba posición de guardia y esperó a que la mujer entrara.

Ella se detuvo un segundo y entrecerró los ojos para mirar si había alguien cerca, pero al creerse a salvo sacó una llave de la enorme caperuza gris que llevaba cubriéndole todo el cuerpo y abrió la puerta, entrando sin más.

— ¿Por qué tiene esa mujer las llaves de su habitación?—Adrien iba a apresurarse a la puerta pero les dio unos segundos... Si ella había sido cautelosa algo se traía entre manos.

Esperó pacientemente unos momentos y al ver que nadie más salía o entraba, él se acercó y apoyó la cabeza de la puerta.

Escuchaba voces lejanas y casi tuvo que aguantar la respiración para apaciguar su ruido, y por debajo del sonido de su propio corazón escuchó una desvaída conversación:

—... prometiste que conseguirías una doncella... tienes que hacerlo pronto...

Sí, sí, por supuesto—asentía de mala gana la voz pezarosa del rey.

—No tiene que ser médico ni nada. Yo puedo encargarme de mi misma... Pero que sea joven. Las jóvenes son fáciles de engañar.

— ¿Estás segura? ¿No prefieres a una anciana?

—Consigue a una muchacha del páramo. Yo sabré que hacer con ella...

Se escuchó un bufido por parte del rey y al parecer todo quedó zanjado.

Los Reinos Celestiales (Miraculous)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora