Capítulo 29

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Algo a lo que me acostumbré en Tailandia, fue a salir caminando o en bicicleta a casi cualquier lado. De cierta forma, caminar por la soledad de la playa o del pueblo me generaba la paz que necesitaba para hacer las cosas de forma correcta.

Desde que salí de allá, todo ha sido andar en vehículos particulares y estar atrapado en el terrible tráfico que genera las grandes ciudades.

Minutos después de un viaje en silencio sepulcral, Carlos estaciona a una cuadra del local y es el justo momento en que recuerdo que en este jodido lugar fue mi primera cita con Mario. Fue la primera vez donde tonteamos sin razón y en el que sentí la terrible tensión que nos cargabamos ambos.

Ni pensar en el día que terminamos el trabajo social y tuve le primera borrachera en su nombre, lo llamé para quejarme sobre la mala persona que estaba siendo conmigo y luego me vino a buscar.

¡Odio los recuerdos!

Los tres entramos al local y Sabrina saluda a un chico con mucha confianza, poco típica de ella si fuese la primera vez que lo ve y recuerdo que ellos siempre han venido para este bar desde mi no muerte.

Ella pregunta por Stephanie y él nos conduce por un camino hasta que llegamos a la mesa que algunas veces frecuentamos. Mi amiga está jugando con su vaso arriba de la mesa con la mirada perdida en el algún punto de la misma, se detiene por un momento para ver quienes tiene al frente y vuelve a jugar con el vaso al darse cuenta que somos nosotros.

—Tráeme una botella de tequila, por favor —le pido al mesonero, quien asiente y se va.

—La última vez que tomaste el tequila que sirven aquí...

—Llamé a Mario Andrés borracho —completo el pensamiento de Sabrina—. Hoy el buen Carlos nos llevará a casa —palmeo su hombro y él guiña un ojo en aprobación.

—¿Qué hacen aquí? —cuestiona Stephanie, con fastidio.

—Yo vine a tomarme un trago —respondo, sentándome frente a ella—. ¿Y tú Sabrina?

—Lo mismo —se sienta a mi lado y Carlos al lado de mi amiga—. Necesito liberar estrés con una buena peda de tequila.

El mesonero llega con la botella, las copitas y un menú en caso de que queramos pedir comida. Antes de retirarse, sirve los primeros cuatros tragos, dejando uno frente a cada uno.

Tomo el mío, Sabrina el suyo y empuja el de Stephanie un poco más cerca a las manos de mi amiga que sigue jugando con su vaso.

—Deberiamos brindar —propongo—. Por estar juntos de nuevo. Solo nos faltan...

—¿Quiénes? ¿Dilan y Pablo? —interrumpe Stephanie—. ¿La relación que destruiste hoy por no tener la delicadeza de hablar en privado?

—Amiga, llevas las de perder si hablamos de delicadeza —responde Sabrina—. Tu conoces a Jonah más que yo y sabes lo indiferente que puede llegar a ser. Sin embargo, aquí estamos, como buenos amigos preocupados y buscándote. En vez de reprochar algo, deberías estar agradecida.

Mejores palabras no pudo haber dicho mi amiga.

—Pues no lo estoy. Así que se pueden ir por dónde vinieron.

Le pido permiso a Sabrina para levantarme con la atenta mirada de los tres sobre mi; le pido un lado a Carlos, quien no duda en levantarse y me siento al lado de Stephanie.

—Podría hacer eso si no te conociera. Pero en todos los años que llevo conociéndote, sé cuando tu mirada oculta algo. Y estoy completamente seguro que tiene que ver con algo que sucedió el día del secuestro.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora