Capítulo 34

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La luz de la ventana de cuela a través de las cortinas y se refleja instantáneamente en mi cara, haciéndome despertar de mi profundo sueño. Por instinto, me giro al lado de la cama donde duerme mi esposa y no está.

Con todo el cansancio del mundo, como si estuve haciendo un trabajo extra pesado, me enderezo en la cama y es cuando me doy cuenta de que estoy en otro sitio, que no es mi casa.

«¿Dónde estoy?», pienso.

Cuando estoy por levantarme de esta cama que parece infinita, se enciende el gigante televisor en la pared de enfrente. Por la temporada, debe ser una película de navidad.

Hay un niño jugando acostado en el piso jugando con una locomotora armada y un señor echando leña al fuego. Estoy tan concentrado en la escena que casi salto en mi lugar cuando tumban la puerta, para dejar entrar a unos hombres que intentan llevarse al niño.

El señor que estaba primero intenta ayudarlo, pero en ese justo momento entra una mujer vestida de negro, incluso con un velo del mismo color y labios que resaltan por el fuerte color rojo que lleva puesto.

Sin dudarlo, la mujer levanta su mano derecha con un revolver y le propicia un disparo al anciano en la cabeza, quien cae enseguida al piso. El niño, por su parte, intenta safarse de todas las formas posibles. Supongo que para ayudar a su familiar que se desangra en el suelo, aunque es muy probable que ya esté muerto. Pero su fuerza es nada en comparación a la del hombre que lo lleva cargado.

«¿Qué clase de película es esta para navidad?», no dejo de pensar, mientras una solitaria lágrima corre por mi mejilla.

—Todo estará bien, no estás solo —dice una voz que no reconozco y acaricia mi mejilla.

Cuando dirijo mi atención desde donde vienen las caricias, encuentro a un chico moreno, de piel no tas oscura como para ser considerado negro, pero con unos ojos marrones claros que logran llamar la atención hasta a ellos. No conforme a ello, sonríe de una forma en que no he visto sonreír a alguien y su dentadura blanca hace un perfecto contraste con su piel.

—¿Quién eres tú? —golpeo su mano con confusión y me levanto de la cama.

Sin dejar de sonreír, su figura se desvanece en el aire como si fuera humo. Volteo en todas las direcciones posibles para tratar de encontrarlo en otro lado, y no lo hago por ningún lado.

—¡¿Dónde estás?! —grito—. ¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde...

—¡Mario Andrés! —me grita la voz de mi esposa.

Me levanto sobresaltado y con todo el cuerpo sudado, viendo a todos lados hasta cruzar mi vista con la de ella.

¿Qué demonios fue ese sueño? ¿Por qué se sintió tan real? ¿Quiénes eran todos y dónde estaba?

Las preguntas solo logran que el dolor de cabeza pulse con más fuerza.

—¿Estás bien? —se interesa y pasa sus nudillos por mis mejillas.

Por alguna extraña razón, el contacto no se siente igual.

—De maravilla —finjo una sonrisa—. ¿Los niños? ¿Ya despertaron?

—Aún no —se levanta de la cama—. Tenemos que ir a la ciudad, tu mamá nos necesita.

Tenía planeado sentarme todo el día frente al lago a tratar de descifrar el extraño sueño y tratar de aliviar el dolor de cabeza. Ir a ver a mi mamá que, en cierta forma me incomoda, solo logrará que aumente mi dolor de cabeza.

Perdí los recuerdos de mi pasado y mi familia se ha esforzado por hacer todo lo posible para que puedan volver. Aún así, no sé por qué hay algo de toda esta historia que no encaja. No hay fotos o vídeos, no hay anécdotas del pasado, no hay algo que sí me dé algún indicio de lo que haya vivido.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora