Capítulo 10

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—¡Rápido, Perseo, rápido! —le grito histérico.

Lucas se movió a tiempo y la bala le dió en un brazo, tiene signos vitales y estoy haciendo todo lo posible por detener la hemorragia. Lo malo es que tiene el pulso lento y no ha abierto los ojos desde que lo recogí.

Uno de los tipos en la moto nos guía a la clínica más cercana, pero siento que la camioneta puede ir más rápido de la velocidad a la que estamos.

—Ya vamos a llegar, Jonah, cálmate —me dice Kelvin, de forma paciente.

—¡¿Cómo quieres que me calme si otra persona va a morir por mi culpa?! ¡¿Sabes lo que es eso?!

—He estado cerca de ello y te entiendo.

Perseo nos mira por el retrovisor un momento y pisa el acelerador.

—Creeme que nada ganas con histeria. Solamente, alterarte más.

Nos detenemos en la entrada del hospital y Perseo se baja en busca de ayuda mientras Kelvin y yo bajamos como podemos el cuerpo de Lucas.

—No puede estar aquí, Jonah. La policía vendrá y pedirán tus papeles.

—No me puedo solo ir y dejar a Lucas solo aquí.

—No estará solo.

—Que el mundo sepa estoy vivo es un riesgo que estoy dispuesto a correr. No soy tan egoísta como para dejar a Lucas solo después de todo lo que ha hecho por mi.

—¡No seas terco, que no estará solo!

Dos enfermeros llegan y nos ayudan a subir a Lucas en la camilla, la cual conducen a toda velocidad por el pasillo. Personas de batas blancas y azules se nos unen en el camino, uno con el diagnóstico, otro colocando respiración artificial con una bomba de aire, un tercero anotando y los demás son los que se detienen en la puerta de emergencia a decirnos que hasta ahí tenemos permitido.

Me apoyo de la pared y me deslizo por ella hasta el piso con el gran peso de la culpa rondando mi mente. Kelvin hace lo propio sentándose a mi lado y Perseo se coloca en cuclillas delante de mi.

—No es el momento de excusarme o algo, pero no imaginé que podrían ser ustedes. Todo fue tan sospechoso y tan rápido que...

—Tienes razón —lo intertumpo—. No es momento de excusarse.

Perseo me mira unos segundos y se levanta para caminar no sé a dónde. De un momento a otro, mi nariz se acostumbra al característico y mezclado olor de pastillas, alcohol y a limpio que tienen los hospitales, trayendo una ola de recuerdos a mi mente: desde la enfermedad de Mario hasta el día del secuestro.

Mi estómago se revuelve y me produce una violenta arcada, haciéndome vomitar lo único que tengo en el estómago: agua.

—Sácame de aquí, Kelvin, por favor —logro decir al recomponerme.

—Pero estás mal, estás pálido. ¿Te sientes...

—¡Sácame de aquí! —golpeo su brazo en repetidas ocasiones—. ¡Sácame!

—Malos recuerdos —señala Perseo.

Las cosas parecen hacer click en el cerebro de Kelvin y se levanta enseguida para ayudarme a levantar. A diferencia de cuando éramos jóvenes y me cargó una vez porque yo pesaba menos, esta vez no puede llevarme entre sus brazos. Aún así, hace un esfuerzo y me hala para ayudarme a caminar.

Frente al hospital, cerca de la camioneta, me da otra arcada y mi estómago me hace expulsar líquido nuevamente. El dolor que me produce es como si me estuvieran halando las entrañas del mismísimo infierno.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora