Capítulo 14

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¿Dónde y qué estaría haciendo ahora mismo si no hubiese decidido empezar con visitar la tumba de Don Fernando?

Los avances han sido grandes, muy productivos. Pero hay algo muy importante que nos tiene estancados, algo que no nos ha dejado avanzar en el proceso y que me quita el sueño por la noche de solo pensar en ello.

Luego del encuentro con Atenea, regresamos a la casa de los padres de Kelvin. La capital es grande, pero uno nunca sabe quién puede verte.

Un juez experto en materia de testamento nos ha estado ayudando últimamente y vino hoy para aclarar ciertos vacíos legales que podemos aprovechar en vista del otro obstáculo que tenemos.

El teléfono de la casa suena y Christina contesta desde la cocina. No es como que esté esperando llamada o algo parecido, pero siempre me ponen ansioso saber quién llama y para qué.

—José, Kelvin —se asoma por el marco de la cocina la mujer—. Vengan un momento.

Su mirada se detiene en mi un momento y sonríe de forma vaga. Un nudo se forma en mi garganta al entender esa mirada de que está pasando algo pero no puede o no quiere decir. Al menos, no ella.

Ambos se levantan de sus lugares y entran a la cocina.

No pudiendo contener la curiosidad, me levanto y me acerco hasta el marco de la cocina para intentar escuchar de qué hablan.

Darle una noticia así ahora mismo, sería devastador —opina Kelvin.

—No podemos dejarlo hasta después. No nos corresponde y él merece saberlo —comenta Christina.

—Bueno, ya estoy aquí, así mejor me lo dicen de una vez —inrrumpo en la cocina.

Los tres que ya estaban dentro intercambian miradas rápidas y luego me ven a mi. Doña Christina es la primera en acercarse con aires de mamá protectora. Una actitud que no me gusta para nada porque no presagia algo bueno.

—Jonah, eh... hemos recibido una llamada.

—Ajá —digo, tratando de sonar poco irritado.

—Era Stephanie —se acerca Kelvin—. Hace tres días...

La voz se le corta y parece que se le forma un nudo en la garganta. Su padre se acerca y le pasa la mano por la espalda y le da una mirada comprensiva para que se calme. Luego se acerca a mí y me da un fuerte abrazo. Mientras lo hace, suelta las palabras:

—Hace tres días encontraron a tu mamá muerta en la casa.

Mamá.

Muerta.

Siento que el tiempo se detiene y como si el aire ya no existiera para mí. Trato de articular palabra, de decir algo de lo que pienso, pero es como si mi cerebro y mis cuerdas vocales no hicieran conexión para decir las cosas que pienso. En su lugar, la orden que da es salir de la cocina y subir a la habitación que estoy ocupando.

—¡Jonah, espera!— me llama José.

No escucho, no contesto, no reacciono.

Solo necesito estar solo.

🎶

¿

Hasta cuándo tengo que sufrir la muerte de las personas que amo sin despedirme aunque sea?

Cerca de dos días estuve encerrado en la habitación, llorando desconsoladamente mientras recordaba todos los buenos momentos con mi mamá y veía nuestras fotos de hace años juntos. Ni una foto reciente porque yo estaba muy ocupado en la universidad y ella después no me quiso hablar cuando salí del closet.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora