Capítulo 2

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Dos meses antes de la fiesta.

Narración del Autor.

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Hay cosas que marcan la vida en un antes y un después. Cosas de las cuales las personas se recuperan con el pasar del tiempo. La perdida de una mascota, de un cómodo empleo, de lo material, de la pareja.

Pero hay cosas de las que nadie se recupera.

Con la muerte de Jonah Boat, se perdió un amigo, un hermano, un hijo, un padre. Nadie de su círculo se había recuperado de la muerte del joven, en especial su madre, que estuvo molesta con él desde que su hijo hizo público su amor con un hombre. Lo rechazó de plano y las únicas dos veces que lo volvió a ver fue para la presentación de su proyecto de grado y el día de la graduación de la universidad.

Nada le ha pesado más en la conciencia a Joanne Boat que haberse dejado llevar por lo que la religión y la sociedad dictaminan como correcto. No hay una sola noche en la que duerma completo; no hay un día en la que pueda comer completo; no hay un momento en el que no llore la trágica muerte de su hijo; no hay un momento en el que no se torture con la repetición de los vídeos, lecturas de reportajes u otra noticia relacionada con la muerte de su único hijo que, a pesar de decirle que estaba decepcionada de él, era todo lo contrario.

Tristemente, Joanne se dió cuenta tarde que su hijo, a la corta edad de veinticuatro años, ya era una persona exitosa. Fue el mejor en el año de su graduación, era el director comercial de una gran transnacional, estaba casado con una persona que de seguro lo amaba y con el que tuvo hijos.

Despierta un miércoles por la mañana, cómo ha hecho todos los miércoles en los últimos díez meses desde que murió su hijo; enciende el televisor, pone a hacer café y pone en la mesa al menos diez periódico con los diferentes titulares en primera plana.

Día tras día, Joanne lee las mismas noticias, auto torturandose por todo lo que pudo haber hecho y no hizo, todo lo que pudo haber sido y no fue.

El sonido del timbre hace volver a Joanne de su viaje mental y maldice cuando se le derrama el café arriba de los periódicos en el mesón. Lanza algunas servilletas absorbentes arriba del líquido negro y grita para que, sea quien sea toca el timbre de manera insistente, espere.

Joanne abre la puerta de su casa al mismo tiempo que el timbre vuelve a sonar y queda con la boca abierta al ver quiénes están al otro lado de la puerta.

Desde que su hijo se había ido a vivir a la capital, no había visto a la mejor amiga de su hijo, Stephanie. Aunque de joven le resultaba una mala influencia para su hijo, no duda en lanzarse en sus brazos cuando la ve y comienza a llorar de manera desconsolada.

Joanne no había tenido la oportunidad de llorar la muerte de su hijo con alguien que lo amara y aceptara. Sus tías y abuela lo amaban, pero sus prejuiciosos tenían más peso que la persona a quien perdieron, diciendo que la manera en que murió no fue más que la consecuencia del estilo de vida que llevaba y su pasaje seguro al infierno. Por eso, no dudó en correrlas de su casa cuando se dió cuenta que su consuelo era en realidad una falta de respeto.

Ni que decir de los supuestos amigos de la iglesia, que pensaban lo mismo. Incluso, uno tuvo la osadia de decirle que no debía llorar a su hijo porque él escogió su destino.

—Lamento no haber venido antes, Joanne —se disculpa Stephanie al despegarse.

—Agradezco que así haya sido. Apenas hace cuatro meses empecé la terapia y si hubieses venido antes, te lanzo la puerta en la cara.

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