Capítulo 4

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Uno de mis sueños de pequeño y, luego una meta con Mario Andrés, era viajar por Europa en tren; conocer todos los países conectados por el transvias.

Trágicamente, no pudo ser.

Aún así, disfruté cada parte del viaje: el recorrido, la vista, el amanecer y el atardecer, la cena y las conversaciones interesantes con Lucas sobre diversos temas muy interesantes.

Es una lastima que nuestra relación no fue de esta manera en su momento.

Luego de casi quince hora de viaje y dos transbordos, llegamos a la estación de trenes en Turín, una edificación clásica con detalles modernos. Lucas hala su pesada maleta por el pulido piso mientras que yo cargo mis dos únicos bolsos, los mismos que tengo desde que salí de Estados Unidos hace unos meses.

—Antes eras super monísimo con tu ropa. ¿Ahora solo andas con un jean y una camiseta negra? —frunce el ceño—. Aunque te ves jodidamente atractivo e interesante.

—Lucas...

—Lo siento —sonríe de manera infantil y yo niego con la cabeza—. Lo que quiero decir es, ¿dónde está toda tu ropa? ¿O ese feo bolso es el de Hermione?

—Regalo o desecho la ropa. Evito tener que andar así —señalo su maleta—. Igual, no entiendo para que cargas tanto peso si se supone que vas a volver.

—La vida cambia en cuestión de segundos, Jonah. Eso deberías saberlo. Tal vez aquí conozca el amor de mi vida o consiga el trabajo de mis sueños, no lo sé.

Bullshit —bufo—. Cenamos en el restaurante del hotel y vamos a descansar del viaje.

—¿Puedo preguntar...

—No —lo intertumpo—. Cualquier cosa que quieras saber, la respuesta es no. Por lo menos por ahora.

Lucas se muerde su labio inferior, un gesto que me parecía tan sensual en él cuando éramos novios pero que ahora solo me parece adorable, y regresa la vista al frente para no tropezar con alguien en el trayecto a la salida.

Una vez afuera, un taxi nos lleva al hotel solicitado, el cual no queda tan lejos de la estación de tren ni del cementerio donde descansa el abuelo de Mario, Don Fernando.

En la recepción, Lucas es el que se encarga de comunicarse con la mujer en la recepción, puesto que él maneja el italiano un poco más que yo. Le entregan dos llaves magnéticas y luego me pasa una a mi.

—No entiendo como en más de un año con Mario no aprendiste italiano.

—Ocupabamos el tiempo en otras cosas. ¿Por qué pediste dos habitaciones? —cambio el tema.

—Porque no te quiero ver en ropa interior de nuevo —guiña un ojo—. Además, no me gusta cambiarme en el baño.

—Recuerdo que lanzabas tu ropa arriba de la cama mientras estabas en boxer y te probabas todo por encima frente al espejo.

—Hablas como si han pasado cien años desde entonces —entra al ascensor y hago lo mismo—. Es una rutina antiestrés, comprobada por científicos que...

—Me estás mareando, Lucas. De verdad espero que encuentres el amor de tu vida aqui, porque te estás volviendo un viejo prematuro.

Lucas suelta una risa llena de gracia, como solía hacerlo su mamá y no dice más nada el resto del viaje al piso de las habitaciones. Las únicas palabras que cruzamos al llegar es para acordar vernos en treinta minutos en la entrada del mismo ascensor.

La suave luz de la noche entra por la ventana con una brisa húmeda que resulta algo incómoda. Me desnudo, saco un cambio de ropa del bolso y lo lanzo en la cama para irme a dar una ducha rápida.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora