Capítulo 39

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Los diez minutos más largos de mi vida.

Según mis recuerdos.

Estuve todo el receso que concedió la jueza encerrado en un cubículo del baño de caballeros. Sí, odio los espacios reducidos por alguna razón y me causa una ansiedad en la que quisiera morir.

Justo lo que quiero.

Quiero morir lo más rápido posible, para no tener que sentir, ver o escuchar a personas que supuestamente me aman, pero solo me han mentido con la excusa de querer protegerme.

El hecho de que mi padre esté vivo y de parte de Jonah Boat solo me hace confirmar una cosa: quién miente y quién dice la verdad.

La jueza es la última en entrar a la sala después del receso y mi padre detrás de ella. Se juramenta a decor solo la verdad y toma asiendo en el estrado para empezar la ronda de preguntas por parte de los demandantes.

—Don Marco, la señora Olimpia del Toro dijo que ella gozaba de una muy buena relación con usted a pesar de su divorcio. ¿Puede decirnos si es eso cierto?

—¿Quién se puede llevar bien con una mujer que es es infiel, permite que abusen de su hijo, mata a su suegro y secuestra a su propio hijo por dinero?

—Responda la pregunta de forma correcta, señor Marco —ordena la jueza.

—Al principio sí. Olimpia era todo lo que yo buscaba para formar una familia. Una mujer bella, de buena familia y muy atenta como esposa. Cuando mis negocios se comenzaron a expandir, me vi en la necesidad de viajar de forma constante.

—¿Al principio sí? ¿Quiere decir que luego no? —cuestiona mi abogada, como si no supiera la historia.

—Mientras más tiempo yo pasaba trabajando y lejos de casa, más distante se hacía nuestra relación como pareja. Yo trataba de compartir más con ella y con mi hijo, pero el trabajo me apasionaba y me consumía.

—¿Cree usted que eso afectaba de alguna manera al joven Mario Andrés?

—Mi hijo se volvió un niño retraído, cerrado y muy callado de repente, algo que me preocupó mucho. Sí llegué a pensar que era por mi culpa, porque casi no compartía y jugaba con él. En unos de mis viajes, le compré un regalo y quise volver antes para dárselo. Ese día llegué y no estaban. Esperé, y esperé, y esperé, y seguí esperando. Hasta que llegaron ambos en la madrugada.

—¿Qué explicación le dió la señora?

—Que estaba con una amiga de toda la vida. Yo simplemente le creí. Me preocupaba más mi hijo que cualquier otra cosa, por lo que decidí meterlo en un psicólogo y tal vez acompañarlo de vez en cuando con Olimpia, para que nos sirviera de terapia de pareja.

La abogada camina hasta su escritorio y toma una carpeta; revisa por un momento y luego plantea:

—¿Se refiere a la psicóloga... Grace Galíndez?

—Sí. ¿Cómo...?

—Su señoría, me gustaría presentar el expediente del señor Mario Andrés cuando era un niño.

—¡Objeción, señoría! —se levanta mi abogado—. Eso es totalmente ilegal, porque estaría revelando la confidencialidad paciente-profesional.

—Ilegal si se hace contra la voluntad de una de las partes. ¿Acepta que se lea el expediente, señor Mario?

Ser la persona señalada y el centro de atención hace que de un momento a otro los latidos de mi corazón se aceleren. En un acto desesperado, no puedo evitar ver a mi madre y a mi esposa, luego a Jonah Boat y de último a mi padre.

Enséñame a Vivir IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora