La jueza le pidió a Don Marco que esperara en el estudio privado de la sala para asegurarse que nadie de la parte acusatoria se acercara a él por ningún motivo hasta que pasara el tiempo que ella dió.
Pareció eterno, pero ha llegado el momento.
Todos de pie esperamos que la jueza tome asiento y el alguacil llama a Don Marco para que se juramente.
-Puede empezar, abogada San Juan -permite.
-Don Marco, la señora Olimpia del Toro dijo que ella gozaba de una muy buena relación con usted a pesar de su divorcio. ¿Puede decirnos si es eso cierto?
-¿Quién se puede llevar bien con una mujer que es es infiel, permite que abusen de su hijo, mata a su suegro y secuestra a su propio hijo por dinero?
-Responda la pregunta de forma correcta, señor Marco -ordena la jueza.
-Al principio sí. Olimpia era todo lo que yo buscaba para formar una familia. Una mujer bella, de buena familia y muy atenta como esposa. Cuando mis negocios se comenzaron a expandir, me vi en la necesidad de viajar de forma constante.
-¿Al principio sí? ¿Quiere decir que luego no? -cuestiona mi abogada, como si no supiera la historia.
-Mientras más tiempo yo pasaba trabajando y lejos de casa, más distante se hacía nuestra relación como pareja. Yo trataba de compartir más con ella y con mi hijo, pero el trabajo me apasionaba y me consumía.
-¿Cree usted que eso afectaba de alguna manera al joven Mario Andrés?
-Mi hijo se volvió un niño retraído, cerrado y muy callado de repente, algo que me preocupó mucho. Sí llegué a pensar que era por mi culpa, porque casi no compartía y jugaba con él. En unos de mis viajes, le compré un regalo y quise volver antes para dárselo. Ese día llegué y no estaban. Esperé, y esperé, y esperé, y seguí esperando. Hasta que llegaron ambos en la madrugada.
-¿Qué explicación le dió la señora?
-Que estaba con una amiga de toda la vida. Yo simplemente le creí. Me preocupaba más mi hijo que cualquier otra cosa, por lo que decidí meterlo en un psicólogo y tal vez acompañarlo de vez en cuando con Olimpia, para que nos sirviera de terapia de pareja.
Mierda. Yo no recordaba esa psicólogo. Su expediente sería clave.
Mi abogada camina hasta nuestro escritorio y toma una de las varias carpetas que trajo hoy.
-¿Se refiere a la psicóloga... Grace Galíndez?
-Sí. ¿Cómo...?
-Su señoría, me gustaría presentar el expediente del señor Mario Andrés cuando era un niño.
-¡Objeción, señoría! -se levanta el tipo molesto. Y no es para menos, tiene poca ventaja-. Eso es totalmente ilegal, porque estaría revelando la confidencialidad paciente-profesional.
-Ilegal si se hace contra la voluntad de una de las partes. ¿Acepta que se lea el expediente, señor Mario?
Mario mira del abogado a su madre, a su esposa, luego a mi y por último a su padre. Los dedos de su mano derecha no deja de golpear el escritorio con ansiedad. Es como si quisiera saber lo que allí dice, pero le da miedo descubrir una verdad que no quiere aceptar. Lo conozco como para saber cuándo se siente inseguro y que en cualquier momento podría tener un ataque de pánico.
Me dolería verlo pasar por algo así y no poder ayudarlo.
-Su señoría -me levanto-, quisiera hablar con mi abogada.
-Acepto, su señoría -responde Mario, sin ni siquiera esperar el consejo de su abogado.
No estoy seguro de lo que escribió la experta en el tema hace años, pero a juzgar por la niñez de Mario Andrés, no puede ser algo bueno.
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Enséñame a Vivir II
RomanceUn año ha pasado desde que Jonah Boat fingió su muerte para recuperar lo que por derecho le corresponde y hacer justicia por todo lo malo sucedido. Pero, más allá de eso, por la remota posibilidad de recuperar a su familia. Cuarto y último libro de...