Epílogo

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Narrando Grigory.

Quien diría, el mafioso más temido de Rusia terminó ablandado su corazón por una mujer, y después por dos pequeñas pulgas.

Sin duda, todos merecemos enamorarnos una vez en nuestras vidas, porque sino ¿cuál es punto de existir en esta Tierra?

Tanto que decía "en mi mundo no existe el amor, solo el peligro", ahora me doy cuenta que es lo más absurdo que he podido decir en mi jodida—no tan jodida— vida.

Gracias a Rebecca, aprendí que amar no es tan malo como parece para una persona sombría como yo. Algunos de nosotros nos enamoramos y terminamos perdiendo a la persona que amamos, así como mi madre perdió a mi padre. Y quienes tenemos la oportunidad de seguir adelante con nuestra pareja ¿para qué vivir expuestos a la boca del lobo? Por eso decidí sacar a mi familia de Rusia. Si tengo problemas por solucionar, ahí estaré presente, pero jamás permitiré que sepan dónde se encuentra mi familia. Tanto mis negocios ilícitos y legales seguirán en pie, solo que todo aquello queda atrás en Rusia. Dónde siempre deberá quedarse.

Eso sí, yo sigo siendo el rey de la mafia rusa. Eso no cambiará hasta que me quiten del poder de una sola manera: matándome. Mientras tanto, esa bola de escorias seguirán buscándome como ratas para matarme, y si no lo pudieron lograr teniéndome en sus narices, menos podrán teniéndome lejos.

El gran Rey de las Tinieblas sigue existiendo por medio de rumores. Sigo siendo el rey que controla a sus peones a su propio beneficio.

Mi vida como mafioso nunca lo podré cambiar y me gusta saber que Rebecca me acepte tal y como soy, ahora solo falta que mis hijas me acepten. Ellas son pequeñas por el ahora y no saben quien verdaderamente es su padre. Algún día lo sabrán y no habrá nada que pueda hacer para cambiarlo.

—Ándale ¿podemos ir a la playa?— dice Rebecca sentada arriba de mí, con cada una de sus piernas a los lados de mis caderas. Por otro lado, tengo a las niñas a un lado de mí viéndome con cara de suplica.

—Por supuesto.

—¡Shii!— exclama Anastasia comenzando a brincar en la cama.

—¡Gracias papi!— Aitana se une a su hermana.

Anastasia y Aitana ya tienen tres años. Y apenas he traído a mi esposa a su luna de miel en México, Cancún para ser exacto.

—Mami, ayúdame a cambiarme— dice Anastasia bajándose de la cama para ir a la maleta y buscar su traje de baño.

—Ya voy— Rebecca se levanta y va detrás de la pequeña.

—¿Y tú no te vas a cambiar?— le digo Aitana quien aún sigue a un lado mío.

—Sí, es solo que me quedo contigo para que no te quedes solito mientras mi mami cambia a Ana— explica ella muy inocente.

—Oh, por eso te amo pulguita— la atrapo en mis brazos y le doy besitos en su rostro.

—¡Papi no, me haré pipí en mis pantalones!— exclama riendo.

—¿Por qué, si solo te estoy dando besitos?

—Es que quiero ir al baño.

—Entonces ve al baño.

—No puedo levantar la cosa esa del inodoro.

—Yo te ayudo— me levanto de la cama y estiro los brazos para cargar a Aitana. Con la pequeña colgada en mi costado, marcho al baño.

Tras meterme al cubículo de la recamara principal, dejo a mi hija en el piso para ir a levantar la tapadera del inodoro.

Bajo Su Sombra (2º) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora