El Rey de las Tinieblas tiene un lema inquebrantable: en su mundo no existe el amor, solo el peligro. Al menos eso creía hasta que conoció a Rebecca Jones.
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Grigory Dobrovolski, un hombre que las demás personas lo ven como un empresar...
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Atención: este capítulo contiene narración de escenas sexuales. Sin embargo, para poder leer tienes que salir de la historia para ir al apartado titulado "Extras Trilogía Amor Tentador" situado en mi página principal.
Si no te interesa leer ese tipo de contenido, puedes saltarlo y seguir con el capítulo sin problema.
Narrando Rebecca Jones.
Son pasadas de las doce de la madrugada cuando llegamos a la suite, por lo que Nicole y Maximiliano yacían dormidos a unas cuantas puertas de nuestra recámara como las pasadas noches.
—Uy, perdón —digo balanceándome en un solo pie para quitar primero un botín y luego otro.
—Te vas a caer —riñe míster Dobrowhiskas.
—Tengo buen equilibrio.
—¿Segura?
Ay no, ¡el mendigo zíper no se quiere bajar!
—Espera... mierda —caigo a la alfombra de pompas y, sin poder evitarlo, estallo en risas. Sí que ha dolido.
Espero no despertar a nadie.
—Eres tan infantil.
—Auch —continuo entre risas—. Ayúdame, no seas grosero —extiendo mis brazos, exigiendo que me levante y no se me quede viendo.
—Infantil —toma mis manos y, antes de siquiera alzarme, lo jalo hacia el suelo, causando que pierda el equilibrio—. Rebecca —gruñe cayendo encima de mí. Bueno, no tanto, ambos de sus brazos se ubican en cada extremo de mi rostro, sosteniendo su peso para no aplastarme.
—No puedo —sigo riendo.
—¿Cuándo será el día que te comportes como una chica de tu edad?
—Nunca... jamás, Dobrowhiskas —enredo mis brazos en su cuello.
—Que voy a hacer contigo, Rebecca.
—Besarme —murmuro.
He estado deseando volver a sentir sus labios desde que me pidió un beso en medio del concierto de Adele, que, por cierto, fue la mejor experiencia de mi vida. Pasaré por la vida contándole a mis hijos sobre ello, de ahí a mis nietos y, si la vida me lo permite, también a mis bisnietos.
—Eso ya lo tenía pensado desde antes de llegar aquí —roza sus labios.
—¿Ah, sí? —juego con sus cabellos, acariciándolos con mis uñas.
—Sí, nena —junta nuestros labios en un beso apasionado.
Los dragones de mi estómago estallan de conmoción.
