El Rey de las Tinieblas tiene un lema inquebrantable: en su mundo no existe el amor, solo el peligro. Al menos eso creía hasta que conoció a Rebecca Jones.
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Grigory Dobrovolski, un hombre que las demás personas lo ven como un empresar...
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—Bien, ves estos bastones —la señora Celine señala dos palos para esquiar que sostengo en cada una de mis manos.
—Sí.
—Con esas te vas a ayudar para esquivar cosas y avanzar.
—Okay, eso suena sencillo.
Creo.
—Simplemente, jala tu cuerpo con ello y todo se dará por sí solo.
—Aquí vamos.
Me pongo los goggles y empujo mi peso al frente. Al principio siento que me voy a caer de pompas, pero, como asegura la señora Celine, los bastones me ayudan a mantener el balance.
—Ahí vas.
—¡Lo estoy haciendo! —grito, eufórica.
—Eso es, Rebecca.
Es reconfortante la sensación del aire fresco revolotear mi cabello y el aroma a pinos invadir mis fosas nasales. Me cala un poco el aire, pero es que no puedo parar de inhalar y exhalar, parece que me han soltado la soga y ahora tengo la oportunidad de ser libre.
—Te alcancé —anuncia, riendo, la señora Celine.
—Fue rápida.
—Llevo haciendo esto por años.
—Me imagino.
—¿Te molestaría si te dejo sola?
—No, para nada. Usted disfrute.
—Te espero abajo, entonces —sale disparada.
—¡Adiós!
Cuando menos pienso, la pierdo de vista. Sí que sabe ir rápido. En algunos intentos más, quizá me anime a avanzar con esa misma velocidad, por lo mientras, voy a seguir avanzado como caracol hasta agarrar la suficiente confianza para dar un paso más adelante.
A decir verdad, he aprendido bastante rápido. Por un momento llegué a imaginar que esto iba a ser un verdadero reto, teniendo en cuenta lo complejo que lo hacen ver en las películas, digo, no soy una experta, pero al menos no estoy en el suelo.
Ni quien ocupe la ayuda del mugroso ruso. Mejor que se quede con su berrinchuda.
—¿Ocupas ayuda? —aparece Katrina.
Dios santo, parece que la he invocado.
—No, estoy bien.
—Lástima que te quité a tu Grigory.
—Quédatelo, en verdad no lo quiero —me encojo de hombros.
