El Rey de las Tinieblas tiene un lema inquebrantable: en su mundo no existe el amor, solo el peligro. Al menos eso creía hasta que conoció a Rebecca Jones.
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Grigory Dobrovolski, un hombre que las demás personas lo ven como un empresar...
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Narrando Rebecca.
Bajo las escaleras con intenciones de ir a la cocina. Esta mañana me he vestido con un vestido amarillo suelto, una chaqueta de mezclilla y unos Converse blancos. El clima es favorable en este día para vestir ropa casual.
La abuela Lisa nos dejó saber a todos hace un tiempo atrás que ella prepararía el desayuno, por lo que quiero echarme una vuelta para ver si ocupaba de mi ayuda.
—Buenos días— digo atravesando la puerta y encontrando a la abuela Lisa rodeada de algunas empleadas.
—Buenos días, miss— saludan en unísono las mujeres. Otras sólo asisten, sé que no todas hablan inglés.
—Hola mi niña— saluda la abuela Lisa sosteniendo un cucharón entre sus arrugados dedos.
—¿Te ayudo?
—Si quieres puedes ayúdame a picar la fruta— señala las frutas.
—Está bien— camino a la barra y tomo las cosas necesarias para picar las frutas.
—¿Has hablado con Nicole?
—Sí, de hecho ayer hablé con ella para que me ayudara a elegir mi vestido.
—¿Y no me invitaste?— limpia una lágrima falsa, aunque estoy segura que sí le cala no haber asistido a la prueba de vestido—. Está bien— toca su corazón pretendiendo estar ofendida.
No voy a mentir, me siento mal porque ni mi madre ni mi abuela estuvieron conmigo para ver cómo me probaba los vestidos de novia. Se supone que en ese tipo de cosas deben de estar reunidas las personas que más estimas, pues a mí no me toco tener esa experiencia.
—¡¿Qué tu qué?!— exclama mi madre entrando a la cocina.
—Esa niña de ahí— me señala—, ya compró su vestido de novia y no fuimos requeridas más que Nicole— la abuela Lisa es peligrosa estando en la cocina, ahora sostiene un cuchillo de punta fina.
—No te pongas triste, madre. Esas niñas desde que crecieron ya no nos informan de nada— mi madre se acerca a la abuela Lisa y la abraza mientras amabas limpian lágrimas ficticias.
Son tal para cual estas dos señoras. Tanto madre e hija son unas ocurrentes.
—¿En qué momento se volvieron tan dramáticas?
—¿En qué momento se volvieron ocultadoras de cosas Nicole y tú? Hasta puedo asegurar que Dominic me cuenta más cosas que ni ustedes dos— reclama mi madre.
—Pues él todavía vive allá— le resto importancia.
—Con tanta tecnología en estos días, existe algo llamado celular, nos pudiste haber llamado— dice mi madre.
