4. 𝙳𝙴𝚂𝙰𝚃𝙰𝙳𝙰

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❝  ix.  run and die

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ME NEGABA ABSOLUTAMENTE A LA IDEA de tener que separarme de Isaac aunque fuera veinte miserable minutos. Después de lo mal que lo pasamos cuando tuvimos que contener a los hombres lobo en el instituto, me tomé un día libre. Estaba abatida, cansada, fatigada, y literalmente moribunda después de pasar toda la madrugada en la caza.

Así que al día siguiente las mellizas faltamos a las clases, pero no duró mucho nuestra tranquilidad cuando hoy, a segunda hora de la mañana debíamos de hacer una carrera. El instituto no especificó, solo que había que traer ropa deportiva y estar en el sitio ubicado a tal hora.

La carrera era mixta, entre chicos y chicas de distintos cursos. Apreciaba la idea de poder beneficiarme de ella, pues le planteé a Isaac que no corriera y así nos aseguraríamos de estar esa hora juntos en otro lugar los dos completamente apartados.

—La sala de calderas.

Propuse esperanzada. Agradecidamente así eran nuestros últimos días, ambos no nos separábamos del otro. Estos cuatro meses sin su ausencia fueron eternos y pesados, y él debió de pensar lo mismo.

—Odio correr.—Bufé, rodando los ojos mientras me recargaba en la pared del pasillo que daban a los vestuarios, tanto femeninos como masculinos.—No, enserio. No quiero correr.

Él se colocó delante de mí, ni si quiera me miraba ya que andaba demasiado ajetreado guardando algunas cosas en su bolsa de deporte. Solo pude ver sus labios fruncidos cuando cerraba la cremallera de la bolsa rápidamente.

—Ya hemos hablado de esto varias veces, tenemos que correr, es una actividad extraescolar.—Levantó su cabeza, me miró y comenzó a reírse de mi cara de disgusto.

Se colocó su bolsa en su hombro, se inclinó hacia delante y dejó un casto beso sobre mis labios. Acarició mi mejilla, y sonrió dejando finalmente otro y último beso en mi mejilla. Me giré para poder entrar en mi vestuario, cuando un sonido o más buen una exclamación molesta me llamó la atención.

—¡Señor Lahey, me alegra que vuelva! No me alegra que llegue tarde. Señorita Argent, un día más retrasando su llegada.—Me disculpé, y ahora sí me metí para poder cambiarme.

(...)

Una vez que terminé de estar lista, abroché los cordones de mis zapatillas, caminé ajetreada de aquí para allá terminando de ordenar las cosas que saqué y finalmente salí torpemente tropezando con alguien.

Sentí como me caía por el duro golpe, cuando esperé el fuerte impacto contra el suelo, nunca llegó a suceder. Abrí mis ojos, unas manos se encontraban alrededor de mi cintura evitando la caída.

✓ | 𝒂𝒓𝒈𝒆𝒏𝒕, isaac lahey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora