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CAMINABA TRANQUILAMENTE POR EL BOSQUE, la noche era muy joven y la luna llena estaba resplandeciente, más brillante que nunca. Estaba sola, necesitaba tiempo para mí misma. Cuando llegué a la orilla del lago metí mis pies en el agua mientras caminaba contemplando el reflejo de la luna a través de las aguas.
Un suspiro.
Un inhalo.
Unas siluetas.
La luna llena.
El agua.
Las corrientes.
Cuando me quise dar cuenta todo se intensificó a grandes niveles. La luna, la luna estaba más resplandeciente y blanca que nunca, fue raro ver como adquirió ese color tan puro. Fue pestañear una sola vez, cuando un destello rojizo la manchó, ahora se tornó a un rojo, pero no a cualquier rojo, rojo sangre.
Los sudores habían intensificado, mis latidos y mi temor, me dediqué a correr por mi vida. Me costaba correr por el agua, se me hacía pesado ya que mientras trataba de huir el agua me lo impedía. Las corrientes me electrocutaban para que no pudiera marcharme, hasta que mi cuerpo quedó inconsciente. Aquellas siluetas, a mis lados.
Derek y Boyd me tendieron la mano.
Cuando sonó el despertador a primera hora de la mañana no quise apagarlo, sentía tanta pereza que ni si quiera quería levantarme de la cama. Suspiré pesadamente y golpeé la mesita buscando el dichoso aparato. Otra noche más, otra noche de terrible sufrimiento con las diarias pesadillas. Siempre era lo mismo y parecían no cambiar.
Cuando palpé toda la superficie y no encontré absolutamente nada caí rendida nuevamente en la cama. Me estiré un poco más y golpeé el hombro de mi acompañante, indicándole que el ruidoso sonido provenía de su parte.
A malas tuvo que incorporarse rápidamente para poder apagarlo, y cuando reinó la tranquilidad en la habitación ya no podía dormir, solo me dedicaba a dar vueltas de aquí para allá. Finalmente me destapé y giré mi cabeza para ver como Isaac intentaba dormir.
—Muy malos días.—Hablé terminando de estirarme. Froté un poco mis ojos y recargué mi peso contra él, haciendo que gruña sutilmente.
—¿Qué hora es?—Preguntó malhumorado, escondiendo su cabeza bajo la almohada.—Para tí siempre son malos días.
—Ya ha sonado el despertador. Tenemos que prepararnos para ir donde tú ya sabes.—Informé, separándome un poco de él. Le sonreí por unos segundos, aunque no fue creíble. Realmente no pretendía hacerlo, pero quería darle ánimos e inspirarle confianza.