12. 𝙿𝙻𝙰𝙽 𝙼𝙰𝙴𝚂𝚃𝚁𝙾 (3)

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ALFAS / veinticuatro

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ALFAS / veinticuatro.
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LA NARIZ DE GERARD GOTEABA CON SANGRE producida por el serbal. Los dos orificios sangraban por lo cual lo debilitó y cayó al suelo, logrando apoyarse en sus gastadas rodillas.

No solo su nariz, también por sus ojos. Por el lagrimal caían chorreones de un color negro. Y lo debilitó en todos los sentidos, pues aún con dolores horribles vomitó sangre negra. No era como vomitar, expulsaba de una forma bastante desagradable todo el líquido que retenía.

Cuando terminó por sacar todo lo que guardaba, cayó al suelo despojado. No, ni mucho menos había muerto así que todos nos mirábamos con desconfianza.

—¿Por qué no me lo dijiste?—Preguntó Derek con alivio cuando veía como Gerard parecía apunto de morir. Aún estaba lo suficiente debilitado y la kanima me seguía reteniendo, por lo que concluí que esto se podía hablar en otro momento.

—Porque aunque seas un alfa no eres el mío.—Explicó Scott terminando de mirar a Derek con algo de decepción, pero el alfa dejó pasar ese sentimiento.

Pero para Gerard aún no era su turno se morir. Él se arrastraba por el suelo débilmente mientras escupía chorros de asquerosa sangre.

—¡MÁTALOS! ¡MÁTALOS A TODOS AHORA!—Cuando Gerard terminó por indicarle la última orden a la kanima esta obedeció rápidamente. Pero antes de que ocurriera dicha criatura se quedó paralizada por varios segundos al ver como Gerard cayó.

Aprovechando dichos segundos de distracción me liberé de su agarre y con mi codo golpeé la cabeza de la kanima. Ella pareció hacer lo mismo pero detuve en seco el golpe, aún así seguía golpeando y recibí un golpe en la cabeza.

Más acción no pudo ocurrir, pues cuando estaba dispuesto a matarnos a todos un estruendo golpe inundó el abandonado almacén. El Jeep de Stiles con él y Lydia dentro interrumpió la posible matanza.

El coche avanzó a tanta velocidad hasta el punto de atropellar despiadadamente a la kanima, que ahora yacía bajo las ruedas del vehículo.

—¿Lo he atropellado?—Preguntó Stiles con cierto temor y sus ojos aún cerrados por el enorme atrevimiento. Scott asintió mientras el resto también lo hacían.

Pero una ola de gritos inundó el ambiente cuando la kanima vivita y coleando se subió de un solo salto al Jeep. Así que los dos que se encontraban dentro del vehículo solo pudieron gritar ensordecedoramente y bajar lo más rápido posible.

✓ | 𝒂𝒓𝒈𝒆𝒏𝒕, isaac lahey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora