-Camila-
No quiero dejar de besarla.
No quiero que ella deje de besarme de la forma en la que lo está haciendo. Mis dedos están enredados entre las hebras húmedas de su cabello y estoy sentada sobre el capó de su auto, con ella parada entre mis piernas. Ni siquiera sé cómo es que llegué aquí.
Su lengua invade mi boca con avidez. Soy consciente de sus manos ancladas en mis caderas, del sabor a menta de su beso, de su aroma a jabón, desodorante y lluvia. Soy consciente de que estamos empapadas de pies a cabeza y estoy temblando de frío, pero no me importa. No me importa porque está besándome.
—Estás temblando —murmura contra mi boca. Yo asiento, reusándome a apartar mis labios de los suyos.
Ella me obliga a retirarme un poco, sólo para mirarme.
— ¿Estás bien? —pregunta con un hilo de voz y asiento, sin apartar la vista de sus labios.
—Estás sangrando —observo en un resuello, mirando el corte de su labio. Se le ha abierto debido a la fuerza de nuestros besos.
—Y tú estás temblando —su voz se ha enronquecido notablemente.
Una risa torpe brota de mis labios y asiento. —T-Tengo frío —digo y ella ríe un poco.
—Ven aquí —sus manos se envuelven en mi cintura, levantándome del auto. Envuelvo mis piernas sobre sus caderas y enredo mis brazos en su cuello—. Voy a llevarte a casa.
Me sorprende su fuerza. Me sostiene sin ningún esfuerzo.
—No quiero ir a casa —murmuro enterrando mi cabeza en su cuello.
—Vamos a morir de una pulmonía si nos quedamos aquí —dice, medio riendo.
No estoy lista para irme. Me aterra la idea de que quizás, cambie de opinión y no quiera verme más. Es tan cambiante y frustrante, que me horroriza lo que pueda pasar por su cabeza el día de mañana.
—No quiero ir a casa —repito, y sé que estoy siendo ridícula. Sobre todo, cuando estoy aferrada a su cuerpo como si fuese una sanguijuela. Ella suelta una carcajada limpia y siento la risa vibrando en su pecho.
—Camila, bésame —pide y yo salgo del escondite de su cuello sólo para plantar mis labios sobre los suyos. Su lengua invade mi boca y yo correspondo su caricia con timidez—. Podemos ir a mi casa —dice entre besos y me congelo de inmediato.
Ella se aparta de mí, riendo con inocencia.
— ¡Dios, eso sonó tan mal! —Exclama, hundiendo la cabeza en el hueco entre mi cuello y mi hombro—, me refería a que… —se aclara la garganta y se aparta sólo un poco. Noto el rubor en sus mejillas y el corazón me da un vuelco—, podemos ir a mi casa. Tomar una ducha… —mis cejas se disparan al cielo y ella rueda los ojos—. ¡Separadas, claro! —Noto cómo reprime una sonrisa—. Puedo prestarte algo que ponerte mientras meto tu ropa en la secadora, y podemos pedir una pizza. ¿Te gusta la pizza, verdad?
Yo asiento, sin dejar de sonreír como estúpida.
—Me encanta —asiento—. Suena a un plan excelente.
Mis dientes están empezando a castañear por el frío y ella presiona sus labios contra los míos en un beso fugaz.
—Vámonos de aquí, entonces —dice. Yo bajo al suelo a regañadientes, abriendo la puerta del copiloto.
Lauren sube al auto y lo echa a andar, entrelazando sus dedos en los míos. Una sonrisita se dibuja en mis labios mientras nos guía por las calles de la ciudad.