Capítulo 36 | Camila

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-Camila-



— ¿Están seguras de que no quieren quedarse una semana más? —la nostalgia en la voz de mi mamá me hace sonreír un poco.

—Quisiera —hago una mueca de disculpa—. Pero es tiempo de irnos.

—Debes prometer que vendrás para tu cumpleaños —sus manos ahuecan mi rostro y me regala una sonrisa temblorosa.

—Lo prometo —sonrío de vuelta, sintiendo un nudo instalándose en mi garganta.

Un beso es depositado en mi mejilla y me abraza con fuerza, renuente a dejarme ir. Cuando sus brazos me abandonan, abraza a Lauren, diciéndole que puede regresar cuando quiera.

Sebastián me envuelve en un abrazo apretado. —Cuida mucho a mis pequeñas —murmuro contra su oreja.

—Lo haré —asiente. Duda un momento, pero añade en un susurro—: Dile a Jauregui lo que sientes, Mila.

Me aparto un poco sólo para mirarlo a la cara. Él me guiña un ojo. Abro la boca para responder, pero no hay nada qué decir. No puedo creer que sea tan obvia. Mi abuela me envuelve en un abrazo protector, interrumpiendo la pequeña conversación que estoy teniendo con Sebastián. Me está costando mucho trabajo despedirme. Odio decirles adiós.

—Muchas gracias por permitirme quedar con ustedes —escucho a Lauren a mis espaldas.

— ¡Tonterías! —Dice mi abuela—. Ésta es tu casa, Lauren. Ven cuando gustes.

Me giro para mirarla y la sonrisa amplia y honesta que hay en sus labios, hace que mi corazón se acelere. — ¿Lista? —pregunta, encontrando sus ojos con los míos.

—Si —le sonrío.

—Conduzcan con cuidado —dice mi mamá mientras caminamos hasta el auto. Guante, el pequeño gato de Lauren, ya está dentro del auto; impaciente por sentarse en el regazo de su nueva dueña.

Trepamos al coche sin decir una palabra. Lauren insiste en ser quien maneje el primer trayecto del camino, así que me siento del lado del copiloto. Llenamos el tanque en la primera gasolinera que encontramos, y sin más, partimos hacia la carretera.

No he olvidado la petición que me hizo Lauren al día siguiente de haber llegado, pero no ha mencionado nada desde esa mañana. No sé si ha cambiado de opinión acerca de llegar a casa de su hermano, pero no me atrevo a preguntarlo aún.

Son las doce del día cuando entramos a Las Vegas. Nos detenemos en un pequeño supermercado a comprar pañales de bebé recién nacido. Forcejeo con Guante, para ponerle un pequeño pañal, y recibo varios rasguños en el proceso.

El pequeño animal se enfurruña en el asiento trasero, malhumorado por no tener la atención de Lauren.

—Creo que me odia —digo, mirando hacia el gato.

—No lo culpo —dice Lauren—. Yo también te odiaría si quisieras ponerme un pañal.

Una risita boba brota de mi garganta y fijo mi vista en la carretera. El silencio entre nosotras es cómodo. No siento la necesidad de llenar los espacios en blanco, porque con Lauren no existen. He aprendido a amar sus palabras y adorar sus silencios.

Dice mucho cuando está callada.

Su mirada lo dice todo... Siempre.

Ella cree que puede esconderse detrás de esa máscara de dureza que utiliza todos los días, pero yo soy capaz de ver a través de ella.

— ¿En qué piensas? —su voz me saca de mi ensimismamiento.

Mis ojos encuentran su perfil y me deleito con el suave halo que el sol proyecta a través de la ventana. Es tan guapa, que parece imposible que esté sentada a mi lado.

DestruyemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora