-Camila-
Soy consciente de su cuerpo recostado en el asiento del copiloto. Hace media hora que se quedó dormida. Me contó que no pudo dormir en toda la noche. Le ofrecí que se recostara en el asiento trasero, pero se negó rotundamente a dejarme sola adelante.
Me detengo en una gasolinera a la salida de la ciudad y me tomo unos minutos para llamar a mi mamá.
— ¿Si? —la voz de Sebastián, mi hermano, trae una oleada de nostalgia a mi pecho.
—Soy yo, bobo —sonrío—. ¿Listo para tenerme ahí todo el tiempo?
— ¿Disculpa?, ¿quién eres? —dice. Quiero golpearlo.
— ¡Soy tu hermana, imbécil! —chillo.
Una risa resuena en el auricular y sonrío como idiota. —Lo sé, Camila. ¿Ya vienes en camino, verdad?
—Sí, ¿está mamá en casa?, tengo que hablar con ella.
— ¿Qué tienes que decirle a ella que no pueda saber yo?
Ruedo los ojos al cielo. —Sólo ponla al teléfono.
Espero en la línea hasta que escucho la voz de mi mamá; cálida y amorosa como siempre—: ¿Qué pasa, cariño?
Muerdo mi labio inferior y cierro los ojos con fuerza, armándome de valor. —Invité a alguien a ir conmigo a casa —digo, sin rodeos.
— ¡¿Viene Dinah?! , ¡Es maravilloso, Camila!, no te preocupes, le diré a tu hermano que prepare un colchón inflable para colocar en tu habitación.
—Dinah no viene, mamá —la interrumpo—. Es alguien mas.
El silencio del otro lado de la línea me hace querer golpear mi cabeza contra el pavimento. — ¿Un chico? —pregunta con cautela.
—No—mi voz es un hilo ronco y tembloroso—.Es una chica muy... especial para mi. No tiene una buena relación con su familia. Iba a pasar las fiestas encerrada en su departamento. Yo sólo…
— ¿Y ella es... Algo que me quieras decir, estás saliendo con ella? —me corta.
— ¡No! —chillo.
—Sabes que no me molestaría, ¿verdad?; sólo quiero saberlo.
—No estoy saliendo con ella, mamá.
Aguardo, en silencio.
—De acuerdo —noto la emoción en su voz—. Mientras más seamos, mejor. Acá las esperamos.
Conduzco durante tres horas.
Cuando llegamos a Pensilvania, me detengo en una tienda de autoservicio y compro un par de burritos. Los meto en el microondas de la tienda y los pago antes de volver al auto. Sé que no es el desayuno más nutritivo, pero no quiero detenerme a buscar algún lugar para comer.
Quiero llegar lo más pronto posible.
No me atrevo a despertar a Lauren, así que pongo su burrito en una bolsa plástica y lo coloco entre los asientos.
A las tres de la tarde, justo cuando estoy entrando a Ohio, despierta. La siento estirarse a mi lado y gruñe un poco antes de incorporarse de golpe.
— ¡Mierda!, ¿cuánto tiempo me dormí? —pregunta. Su voz suena más ronca que nunca.
—Ocho horas —respondo, sonriendo—. Estamos en Ohio.
— ¡¿Me dejaste dormir ocho horas?! , ¡¿Ya hemos cruzado dos estados?!