-Lauren-
El sonido de la música se filtra entre la bruma de mi sueño. Una balada resuena a través de mi estado de semiinconsciente. Hundo la cara contra la almohada y el aroma a frutas me golpea, trayendo a mi mente cientos de pequeños recuerdos.
Todos, recuerdos de Camila. De la primera vez que aspiré su particular loción, de la primera vez que besé su mejilla, la primera vez que entrelacé nuestros dedos. La primera vez que toqué su cabello. La primera vez que la besé…
Gruño con frustración. No puedo creer que esté haciéndome esto. No puedo creer que esté reviviendo todo esto ahora. No necesito torturarme.
Siento cómo la cama se hunde bajo el peso ligero de alguien; levanto la cabeza y lo miro… Un pequeño gato negro está sentado junto a mis pies, mirándome con la cabeza ligeramente inclinada. Sus ojos amarillos me escudriñan y por un nanosegundo, creo que está estudiándome.
Me levanto, dispuesta a espantar al animal, pero éste se queda quieto en su lugar.
Paseo la mirada por toda la habitación y me siento como una intrusa. Siento como si estuviese irrumpiendo en un lugar sagrado. Se siente como si estuviese alterando en sus memorias.
Luces navideñas cuelgan desde la parte más alta de las paredes. La cortina delgada ondea con la suave corriente de aire helado que se filtra de la ventana entreabierta. Hay un pequeño escritorio justo frente a la ventana.
No me sorprende ni un poco. Camila es libre. Le gusta sentirse en libertad, así esté sentada frente a un escritorio.
El edredón es anaranjado; no es de ningún color cursi o femenino… Tampoco me sorprende. Camila no es una chica que vista de rosa sólo porque si. Hay fotografías pegadas en una de las paredes blancas; la mayoría de ellas, son de ciudades famosas. El aroma a perfume frutal se encuentra impregnado en todos lados, y no puedo evitar sonreír como una imbécil.
Anoche, Camila notó cómo estaba a punto de caer dormida en su sala y me obligó a subir hasta aquí. En el momento en el que mi cabeza tocó la almohada, no supe de mí.
Me enfundo mis viejos vans y me encamino fuera de la habitación. La escalera cruje un poco bajo mi peso, haciendo más ruido del que debería. Tres gatitos más se asoman desde la planta baja, mirándome con curiosidad y cautela. Al llegar a la sala, me topo con la imagen de Camila vistiendo unos vaqueros limpios y un suéter tejido. Su cabello cae húmedo por su espalda y hombros. Su mirada encuentra la mía y me regala una sonrisa dulce.
Está ofreciéndole algo a un par de pericos enormes. Están gritando su nombre en una cantaleta incesante.
—Buenos días —me saluda.
—Buenos días —le regalo una media sonrisa, pero no me acerco mucho a ella no puedo evitar sentirme sucia. He estado dos días enteros sin ducharme y ella luce tan fresca, que ni siquiera quiero acercarme. Temo oler a sudor y mugre.
— ¿Quieres tomar un baño? —me ofrece, como si estuviera leyéndome la mente.
— ¿Tan mal huelo? —bromeo, alzando las cejas con indignación fingida.
— ¿Qué?, ¡No! —chilla. El rubor inunda su rostro y no puedo evitar soltarme a reír.
—Estoy bromeando, Camila —la tranquilizo y el rubor se profundiza.
—No tienes que ducharte si no quieres —noto cómo juguetea con el dobladillo de su suéter.
—Una ducha me vendría de maravilla.
—Oh —camila avanza, pasándome de largo—. Ven, te diré dónde está el baño.
Subimos por las escaleras y nos detenemos en una puerta al final del pasillo. Camila la abre y mete la cabeza, inspeccionando el interior.