-Lauren-
Escucho la respiración agitada de Camila, pero ha dejado de luchar contra mí.
Mi corazón late con fuerza contra mis costillas. No puedo creer que haya hecho eso. Jamás la había visto tan enojada. Jamás la había visto perder la compostura de esa manera.
Me encontraba al fondo de la cafetería cuando la vi entrar. Me puse de pie, dispuesta a abordarla. No estaba segura de qué era lo que iba a decirle, pero verla fue como recibir un puñetazo en el estómago y al mismo tiempo, fue como volver a ser yo. Volver a ser la chica que me gusta ser. Esa que a ella tanto le gusta. Esa que no es capaz de lastimar a nadie. Esa que piensa en ella todo el tiempo.
— ¡Voy a matarte, perra! —grita Margaret, levantándose del suelo, intentando llegar hacia Camila, quien forcejea con energías renovadas, intentando llegar a su víctima.
— ¡Maldita sea! —Espeto—, ¡¿quieren detenerse?!
— ¡Tu jodida zorra ha iniciado todo! —Chilla Margaret, mientras un chico la sostiene para que no se abalance sobre nosotras. Camila masculla algo que no puedo entender, pero sé que ella no ha iniciado nada. Margaret fue quien la abordó.
— ¡Vete a la mierda! —gruñe Camila. Está temblando. Está furiosa.
— ¡Por eso te mandaron a la mierda!, ¡Perra celosa! —grita Margaret y una oleada de calor recorre mi cuerpo. Me siento más que bien con la idea de Camila celándome, por más enfermo y bizarro que suene.
— ¡¿Quieres cerrar la boca?! —espeto. Todas las miradas están puestas en mí y sé que debo dejar en claro lo que siento por Camila. Sé que debo parar las habladurías. Sé que, si quiero arreglar las cosas con Camila, lo primero que debo hacer es dejarle en claro a toda ésta bola de idiotas que estoy enamorada…
Me congelo de inmediato.
“¿Estoy enamorada?... ¡No!, ¡no lo estoy!, ¡no puedo estarlo!, ¡no…!”
—Es la única vez que voy a decirlo —me dirijo a la multitud que nos rodea. Mi voz suena firme y serena—. No me acosté con nadie en Chicago. Tengo una novia… tenía… —me corrijo—, una novia a la que respeto y quiero más de lo que he querido a nadie en mi vida. Así que dejen de inventar estupideces y consigan algo mejor que hacer.
Camila ha dejado de forcejear. Siento su mirada clavada en mí y me obligo a mantenerme tranquila. Margaret me mira como si fuese el ser más repugnante de la tierra, pero no me importa lo que ella piense. La única opinión que me importa es la de la pequeña morena entre mis brazos.
—Aquí no hay nada más que ver —dice la voz de Dinah—, largo de aquí todo el mundo.
Camila se libera de mi agarre, alejándose de mí un par de pasos. Una oleada de decepción me asalta pero me obligo a mantener mi mirada lejos de ella. Si la miro, voy a desmoronarme. Voy a humillarme a mí misma y voy a suplicarle que me acepte devuelta.
Ni siquiera pude mantener el teléfono celular encendido porque estaba aterrada. Aterrada de darme cuenta de que ni siquiera había intentado mandarme un texto. Aprieto la mandíbula, tragando el nudo que está formándose en mi garganta. Bajo la cabeza y me echo encima el gorro de la sudadera que llevo puesta, antes de caminar en dirección a la puerta.
Una mano se envuelve en mi antebrazo y me detengo en seco. Mi corazón late con fuerza contra mis costillas porque puedo sentirla. Sé que es ella a pesar de no estar mirándola directamente. Mi cuerpo entero puede reconocer la presión de sus dedos...,su presencia a mi alrededor.
Miro por encima del hombro. No estoy segura de saber qué es lo que voy a encontrarme. No quiero volver a ver esa mirada decepcionada en su rostro. Tampoco quiero ver su expresión dolida o su ceño furioso. Lo único que quiero es tener a mi pequeña Camila de regreso. Esa que me regala sonrisas sin motivo alguno.