Capítulo 43 | Lauren

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-Lauren-



Un pitido constante y molesto se mezcla en la bruma de mi sueño. Un zumbido bajo le sigue, haciéndome difícil concentrarme en volver a dormir. Los párpados me pesan más que nunca; simplemente no puedo abrir los ojos. Soy consciente del dolor punzante en mi cabeza. Comienza en la parte trasera y viaja hasta el lado izquierdo de mi cara.

Mi garganta duele y mis pulmones arden con cada respiración que tomo. Mis ojos se entreabren y son golpeados por una luz cegadora. Vuelvo a cerrarlos y parpadeo hasta acostumbrarme a la luz.

Soy recibida por la visión de un techo blanco inmaculado. Por el rabillo del ojo soy capaz de mirar los aparatos de hospital. Una de las máquinas está marcando el ritmo constante y estable de mi corazón y otra de ellas zumba sólo porque si. La confusión me golpea de pronto. ¿Qué demonios estoy haciendo en un hospital?...

Intento levantarme, pero el dolor de mi pecho es insoportable. Gimo de dolor, tomando respiraciones profundas. Intento mover mis manos, y es entonces cuando me doy cuenta de que alguien está sosteniendo una de ellas. Levanto la cabeza lo más que puedo, luchando contra el dolor intenso.

El torso de Camila está recostado sobre la incómoda cama de hospital. Está sentada sobre una silla metálica y su mano cálida está sobre la mía. Los recuerdos vienen a mí como una avalancha incontenible. Shana, la hermana de Thomas Green, sonriéndome como si ése fuera el momento más esperado de su vida; los golpes y sus palabras cuando comencé a golpearla de vuelta: “¿Piensas matarme a golpes a mí también?”

El latido de mi corazón se acelera con la enferma idea de hacerle daño a alguien a quien ya le hice un daño irreparable. Le quité a su hermano.

Un extraño peso se apodera de mi estómago y me obligo a tragar el nudo que está formándose en mi garganta. Retiro mis dedos lejos del toque de Camila, solo para acariciar el dorso de su mano con mis dedos. Soy consciente del catéter atravesado en una de las venas de mi muñeca, pero no me importa.

Camila se levanta de golpe, desorientada. Su cabello es un desastre; luce cansada, pálida y confundida. Su mirada encuentra la mía, y sus ojos se abren con sorpresa y emoción.

—Hola… —mi voz suena como si me hubiese tragado una bolsa de clavos.

No responde; sin embargo, se pone de pie y se acerca a mí. Sus ojos están llenos de lágrimas no derramadas y mi corazón se estruja. Odio hacerla llorar. Se arrodilla en el suelo, a la altura de mi hombro y entierra la cara entre las ásperas sábanas, llorando incontrolablemente.

El nudo de mi garganta vuelve; ésta vez, con mucha fuerza.

—Shhh… —intento tocar su cabeza con mi mano, pero el maldito catéter me impide moverme con libertad—, Camila, no llores. No llores, amor. Por favor, no lo hagas…

Sus sollozos me parten el corazón en cientos de trozos. No puedo imaginar cómo debió sentirse.

—Camz—susurro—, ven aquí.

Le toma unos momentos reponerse un poco, y cuando lo hace besa el dorso de mi mano.

—No vuelvas a hacerme esto —solloza—. No vuelvas a hacerme esto, por favor.

—Nunca más —prometo—. Ven aquí. Déjame abrazarte.

Levanto los brazos, ignorando el dolor intenso en mis muñecas. Ella sube a la cama con mucho cuidado y se recuesta a mi lado. Mis brazos se envuelven a su alrededor y recargo mi mejilla en su frente. Está temblando. No ha dejado de llorar y no puedo dejar de sentirme como una verdadera imbécil.

—C-Creí que… —comienza.

—Shhhh… —la interrumpo—. Lo sé. Lo siento. Lo siento mucho, amor.

DestruyemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora