-Lauren-
No he sabido de Camila en dos días. Ni siquiera la he visto por el campus; es como si estuviese escondiéndose de mí. Me aterroriza la idea de perderla. He estado a punto de echarme a correr al edificio donde vive y rogarle que hablemos, pero no quiero que se sienta presionada. No he podido dormir, no quiero comer, no puedo concentrarme en nada que no sea en ella. ¿Y si me manda a la mierda?...
—Siguiente… —la voz de la cajera me trae al presente. Estoy consiguiendo sushi para cenar. No tengo cabeza para cocinar, así que he optado por algo rápido y sencillo.
Me siento perdida. Sabía que Camila se enojaría; sabía que me metería en problemas con ella, pero jamás imaginé que llegaría a molestarse tanto.
Estoy dividida entre lo que mi corazón quiere y lo que mi cabeza me grita. Lo quiero todo. Quiero a Camila a mi lado, pero también quiero ganar el campeonato. Una parte de mí me dice que debo seguir hasta alcanzar mi objetivo y otra me dice que debo detenerme.
Avanzo hasta la caja, sacando mi cartera del bolsillo trasero de mis vaqueros.
—Son cinco dólares con sesenta y siete centavos —dice la chica de la caja con voz monótona y aburrida.
Entrego un billete de diez, esperando mi cambio y mi comida. La chica me entrega una bolsa plástica con mi comida y pone en mi mano libre el dinero sobrante. Me giro sobre mis talones, echándome a andar rumbo a la puerta del establecimiento, cuando una voz familiar me llama
— ¡Lauren!
Miro en dirección a la voz y me congelo al instante. Una chica de cabello color caramelo y ojos castaños intenso camina hacia mí. Mi corazón comienza a latir con fuerza, y mi hambre se ha evaporado por completo, dando paso a las náuseas. Aprieto la mandíbula, pero me echo a andar hacia la puerta.
— ¡Lauren, por favor, espera! —Lucia Daddario habla a mis espaldas.
— ¿Qué? —espeto con dureza. Tomo una inspiración profunda, intentando tranquilizarme.
—N-Necesito que hablemos —dice. No puedo pasar por alto su mirada aterrorizada.
—No tengo nada de qué hablar contigo —mi voz es neutral. Carente de emociones y sentimientos.
—Por favor —hay súplica en su mirada.
— ¿Qué es lo que quieres, Lucy? —La observo, irritada y exasperada—, ¿no has hecho ya suficiente?
Luce herida, pero no me importa.
—Sólo serán unos minutos. Prometo no quitarte mucho tiempo.
—Ni siquiera se supone que deba estar cerca de ti. Van a arrestarme —frunzo el ceño, negando con la cabeza—. ¿Qué no se supone que te habías mudado de todos modos?... sólo déjame en paz.
Camino hacia la puerta, pero el sonido de su voz llega a mí, de nuevo—: Retiré la orden de restricción en tu contra.
No puedo creer lo que está diciéndome. La observo, incrédula y sorprendida. — ¿Qué?
—La retiré hace unos meses —sus ojos están llenos de lágrimas, pero no me conmueve. Lo que antes sentí por ella, ya no está. No está en lo absoluto.
— ¿Y pretendes que te lo agradezca? —me burlo, riendo sin querer reír.
—No seas así —su expresión es triste—. Lo único que quiero es hablar. Prometo no volver a molestarte después de esto.
Dudo unos instantes, pero termino asintiendo a regañadientes. Nos sentamos en una mesa apartada; uno frente a la otra.
— ¿C-Cómo estás? —pregunta, vacilante.