Capítulo 19

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Llevó el plato con la fruta a los tres dioses. No fue fácil convencer al señor Kwon de que no era posible hacer conejos con una calabaza. Cuando regresase al mundo de los humanos debía buscar una manera de hacerlo.

Regresar al mundo de los humanos.

Las confrontaciones ya estaban a punto de acabar y si bien, antes de que comenzasen, no quería participar, ahora no quería que terminasen ya que aquello significaba regresar, que volviese Cath, volver a pasar los días sin atreverse a acercarse al señor Jeon por temor a molestarla, teniendo cuidado con lo que hacía o decía, preguntándose por qué el señor Jeon tenía que estar con alguien así y es que, tal y como temía, no parecía existir una alternativa a los humanos, lo cual significaba que el señor Jeon seguía dependiendo de ella.

Salió al jardín dirigiéndose al lado contrario de donde estaban entrenado Gae y Deulso. A él también le hubiese gustado participar, pero su nivel era demasiado bajo y solo les estorbaría. Llegó hasta la pared mirando distraído alrededor. Si tan solo pudiese encontrar una manera de ayudar a su amo pero, como familiar, no podía hacer nada por él salvo ocuparse de su compañera y desear que se encontrase una solución. Un humano que pensase en el señor Jeon, como él; que lo antepusiese a todo, como él; que estuviese dispuesto a servirle durante el resto de su vida, como él. ¿Dónde podrían encontrar a alguien así entre unos seres tan egoístas? Y la respuesta era que se trataba de un imposible. Nunca encontrarían a un humano dispuesto a sacrificarse por otro, aquello iba en contra de la naturaleza de aquellos caprichosos seres, sobre todo en aquellos extraños tiempos en los que lo único que parecía importar era uno mismo.

Suspiró rindiéndose a la evidencia cuando se detuvo al ver algo semioculto entre la hierba y al acercarse más vio que se trataba de una tela blanca con líneas rojas que envolvía algo largo y delgado.

—¿Un arco y unas flechas? —murmuró sorprendido dándose cuenta de que el arco estaba muy desgastado, a pesar de lo cual, se encontraba en perfectas condiciones. No cabía duda de que se usaba todos los días, pero que también era cuidado después de su uso.

—Veo que lo has encontrado. —Lo sobresaltó el señor Haeng.

—Lo lamento —se disculpó volviéndose—. No pretendía mirar sin permiso.

—No te preocupes, no es un secreto. Solo está ahí para que no estorbe —negó el señor Haeng.

—¿Vuestro arco? —le preguntó con prudencia.

—Sí, lo llevo siempre conmigo, ¿te sorprende?

—Un poco —admitió—. Pensaba que durante las confrontaciones no practicabais.

—Desde luego que lo hago. Me gusta el arco, así que practico todos los días varias horas —le explicó sonriente.

—Así que por eso sois tan bueno —murmuró y el señor Haeng lo miró sorprendido antes de sonreír.

—Pero no se lo digas a nadie. Será nuestro secreto —le pidió.

—¿Es por lo que todos dicen? —inquirió con precaución.

—Para ellos es más divertido así —asintió y es que todos decían lo mismo: que el señor Haeng era tan bueno con el arco porque era el dios de la buena suerte, lo cual le impedía fallar

—Eso no debería importaros, vos practicáis y tenéis derecho a decirlo —Por un momento el señor Haeng lo miró cuando de repente lo abrazó.

—¡Eres tan adorable!

—Señor Haeng —exigió intentando soltarse—. Dejadme ahora mismo

—Haeng, ¿qué se supone qué estás haciendo con mi familiar?

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