Capítulo 39

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Avanzó por el pasillo perdido en sus pensamientos. Acabaron decidiendo que Suei fuese a buscar más información mientras Gae distraía al señor Kwon. Tan solo esperaba que Suei consiguiese algo que los llevase al dios que intentaba culpar al señor Haeng antes de que se acabase la paciencia de Deulso. Él, por su parte, regresó con su amo para seguir ayudándolo con el señor Haeng y Deulso.

—Traigo ropa y algunas cosas para el señor Haeng —les explicó a los encargados que vigilaban la puerta, y estos se apartaron por lo que la abrió. Aquel era un sistema infalible y es que solo podía abrir la puerta alguien que estuviese autorizado. Entró en la habitación viendo al señor Haeng en el patio de espaldas a él disparando su arco.

—Perdona un momento, Deulso, en seguida voy —le pidió soltado la cuerda.

—No soy vuestro sirviente —negó.

—Sae, hoy has venido tú —lo saludó subiendo alegre—. ¿Y Deulso?

—Tuvo algunos problemas —le explicó—. Nada grave —le aseguró—. Algunos sirvientes están aprovechando para causar problemas y si bien hasta ahora Deulso se estaba controlando, esta vez fueron demasiado lejos. Por eso, aunque vuestro sirviente fue castigado a pasar dos días sin salir de vuestra habitación por las heridas que causó, los demás implicados también han sido castigados con severidad y sus dueños han sido amonestados por no saber controlarlos.

—Ya veo, por mi culpa...

—Ya os he dicho que no es por vuestra culpa —lo detuvo—. Deulso es un buen sirviente muy destacado y muchos estaban esperando una ocasión así. Pero no os preocupéis, mi amo se está haciendo cargo de todo. Fue él quien habló en vuestro nombre y el de vuestro sirviente durante el encuentro para aclarar lo ocurrido —le explicó. La cara de los demás amos cuando al entrar se encontraron con el señor Jeon en lugar de con un sirviente sin representante, fue inolvidable.

—Muchas gracias —asintió el señor Haeng acercándose—. Tengo que agradecerle a Jeon todo lo que está haciendo por Deulso y por mí.

—No hay nada que agradecer. Los amigos se ayudan entre ellos y de igual manera que cuando mi amo fue secuestrado, vos lo ayudasteis, ahora es nuestro turno. Por cierto, aquí está lo que le pedisteis a Deulso la última vez —le explicó señalando los paquetes—. Las mudas, algunos dulces, flechas y los libros. Vuestro sirviente lo preparó todo.

—Dale las gracias.

—Lo haré, pero vos podéis hacerlo cuando venga mañana —le recordó y el señor Haeng asintió.

—Gracias de nuevo —le dijo cuando suspiró—. Lo único malo es que ya no te puedo abrazar como antes. Eres demasiado grande.

—Lo lamento —se disculpó.

—¿Y no podrías hacerte más pequeño?

—No —se negó.

—Eres igual que Deulso. No quiere convertirse en una forma más pequeña y yo no puedo ordenárselo —se lamentó—. Ahora tendré que esperar a que alguien cree en un nuevo familiar.

—Lo siento —se disculpó de nuevo.

— Pues si lo sientes y tienes tiempo, habla conmigo un poco. Estoy todo el día solo y me aburro, hablar con Deulso es mi único entretenimiento desde que estoy aquí, pero hoy has venido a tú en su lugar.

—Será un honor —aceptó—. ¿Y de qué deseáis hablar? —le preguntó haciendo que el señor Haeng golpease el dedo pensativo contra su mejilla.

—No se me ocurre nada —admitió dejando caer los hombros, derrotado.

—En tal caso, ¿podría haceros una pregunta?

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