Capítulo 23

349 73 329
                                    

—Aquí está —anunció Cath abriendo el bolso y volcando el contenido por lo que cayó sobre la mesa rodando. Después de beber lo que le dio Cath, todo se volvió confuso y no estaba seguro de nada, ni siquiera de cuando cambió a su forma original o dónde estaba. Lo único que quería era encontrar al señor Jeon.

—¿Sae? ¿Por qué está él aquí? —Escuchó la voz de su amo.

—¿Señor Jeon? —lo llamó obligándose a girarse y abrir el ojo para verlo tumbado en una camilla rodeado por gente con batas y mascarillas, así como bisturís, tubos y frascos y al ver aquello sintió como su corazón comenzaba a latirle con fuerza mientras se le secaba la boca.

—Sigamos —dijo uno de los hombres que rodeaban al señor Jeon y él vio como le sujetaban un brazo, que tenía extendido, clavándole un bisturí para cortar por lo que el señor Jeon gimió de dolor mientras apretaba los dientes y en cuanto alejó el bisturí, vio como la herida desaparecía—. La quinta vez y a pesar de que hacemos el corte cada vez más profundo, también ha desaparecido sin dejar rastro a pesar de que los hemos hecho en el mismo sitio —exclamó el hombre extasiado—. Si consiguiésemos replicar esta capacidad de curación...

—Así que este es el familiar de nuestro dios —dijo una voz a su lado y al mirar vio a una mujer de unos cincuenta años y pelo canoso peinado en un férreo moño, con un elegante vestido azul oscuro.

—Sae —asintió Cath haciendo un gesto despectivo—. Esta es su forma original o como se diga. Muy desagradable —añadió más bajo.

—Pero eso es bueno, significa que nuestra droga ha funcionado —replicó la mujer acercándose y poniéndose unos guantes antes de tocarlo—. Interesante —murmuró mirando los guantes impolutos—. Aunque está aquí, no deja ningún rastro. Esto interesará a nuestros chicos —asintió quitándose los guantes.

—¿Qué queréis del señor Jeon? —exigió.

—De tu dios, queremos lo mismo que queremos de ti: información. Sois unos seres eternos, o al menos vivís mucho más que nosotros. Si lográsemos entender por qué no morís, cómo os podéis curar, ¿te imaginas a toda la gente que podríamos ayudar? —le preguntó la mujer—. Tanta gente enferma...

—Tanto dinero— prosiguió Cath, lo cual le valió una mirada asesina de aquella mujer, antes de volver a su expresión amable.

—Lo cierto es que lamento todo esto, pero no queda más remedio —añadió—. Solo hay una manera de entender cómo funciona vuestro cuerpo, de dónde vienen vuestras capacidades —añadió cogiendo un bisturí.

—Si lo dejáis libre, dejaré que me hagáis todo lo que queráis —les ofreció.

—Eso es lo que ha dicho tu dios —replicó la mujer mirándolo sorprendida.

—Jeon siempre ha sentido debilidad por esta cosa —asintió Cath disgustada.

—Tu oferta es muy generosa. Pero lo cierto es que no te queda más remedio que colaborar con nosotros —le explicó la mujer—. Lo que te ha dado Cath es una droga hecha para ti y, dado que no sabemos qué eres, hemos creado una versión que te afectará seas un cánido o un ave. Incluso hemos puesto cantidades mínimas del resto de los animales en que se basan los familiares por si acaso. Lo suficiente para que no puedas darnos problemas.

—¿Quién eres? ¿Por qué sabes tanto?

—Porque, hace mucho, mi familia encontró al descendiente de un familiar, un conejo, pero dejemos esa historia. Tenemos un tiempo limitado antes de que la droga deje de hacer efecto. Por favor —llamó y un grupo de hombres se acercaron.

—Cath —le pidió.

—¿Qué? —le preguntó esta.

—El señor Jeon...

FamiliarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora